Mario Vargas Llosa ha firmado este mes dos manifiestos de intelectuales contra el separatismo de los nacionalistas catalanes, uno cercano al PSOE proponiendo para España un federalismo que no explica, y otro de liberales y de socialdemócratas prestigiosos que apoyan el desarrollo de la Constitución.
Cuando Vargas Llosa empezó a triunfar era un peruano izquierdista admirador de Fidel que vivía en la Barcelona del último franquismo.
Una ciudad intelectualmente más libre que ahora frente a la ideología dominante: era un honor ser antifranquista, incluso entre los editores franquistas, pero ser antinacionalista hoy y allí es un baldón peligroso para el disidente.
Aquella tierra de promisión para escritores y artistas ha dejado de serlo por la presión nacionalista, mientras Madrid, donde vive ahora el Nobel, se convirtió en el Parnaso.
El manifiesto federalista para apoyar a ese PSC que tanto dañó la idea de España bajo ZP, Maragall y Montilla, contiene firmas notables como la del propio Vargas Llosa, pero también otras zejeriles y tan hostiles al discrepante que mucha gente no se uniría a ellas ni para una buena causa.
Es el caso de Pedro Almodóvar receptor de condecoraciones de Aznar e inversor en los fondos de Bernie Madoff, que denuncia ahora a los “traders” porque Madoff lo estafó, o el de Almudena Grandes, escritora de rezumante y perenne revanchismo guerracivilista: hay varios firmantes absolutistas similares.
El otro manifiesto, de texto razonadamente constitucionalista, además de Vargas Llosa trae la firma de demócratas contrastados, como Boadella, Arcadi Espada, Félix de Azúa, Francesc de Carreras, Blanco Valdés, Félix Ovejero, Fernando Savater, Redondo Terreros, Maite Pagazaurtundúa, Jon Juaristi o Joaquín Leguina.
Vargas Llosa pensará ahora que antes de adherirse a otro manifiesto debería estudiarlo mejor, y también a los demás signatarios.
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