La buena gente se enternece con los inmigrantes de todo origen que tratan de entrar en España como turistas, ocupando islas, en pateras y a veces violentamente, y recuerdan que millones de españoles también emigraron durante buena parte del siglo XX.
Pero aquellas migraciones eran diferentes: los españoles iban a países con economía en crecimiento, rara vez ilegalmente, reclamados por empresarios o familiares que se responsabilizaban de darles trabajo y de su buena conducta allí.
Con mínimas excepciones, los actuales inmigrantes llegan clandestinamente a España para encontrarse un país en crisis, sin perspectivas de obtener trabajos legales, sin que nadie los reclame, desconociéndose su conducta personal y su historial médico.
Numerosos inmigrantes africanos o asiáticos se quejan de las dificultades que encuentran para establecerse legalmente en una España que no puede sostenerlos.
Los latinoamericanos afirman, además, que cuando los españoles emigraban a sus países sólo recibían facilidades.
Falso: desde Argentina hasta México los españoles debían superar numerosos trámites y obstáculos, con excepción de la élite republicana exiliada, aceptada por su valía profesional.
Primero, necesitaban ser reclamados oficialmente por algún familiar o empleador con solvencia económica firmemente avalada por un banco.
Después, debían obtener visado de entrada, para el que se le exigían certificados, entre otros, de buena conducta, de ausencia de antecedentes penales y de no padecer enfermedad alguna, física o mental.
Cumplimentar los trámites exigía meses, a veces años. Y después, decenas de médicos los examinaran como a caballos en los puertos de llegada y rechazaban a muchos, por ejemplo, por unas caries excesivas.
Emigrar a Europa, a partir de 1960, fue más fácil, aunque por cualquier conducta desordenada allí –en Suiza, ser ruidoso--, la policía repatriaba inmediatamente al emigrante.
No tiene nada que ver aquellas emigraciones reguladas con estas migraciones incontroladas.
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La verdad, generalmente, es políticamente incorrecta. Tiene razón,sr Molares, cuando emigré a Argentina con mis padres, primero no retuvieron en un hotel de inmigrantes situado en el puerto,luego teníamos que contar con la documentación que demostrara haber sido reclamados por mi abuela, a partir de allí, nadie nos dio trabajo ni subvenciones ni facilidades para vivir. Y, cuando quise ejercer de profesora tuve que adquirir la doble nacionalidad. Las verdades no tienen remedio...
Publicado por: julia bouza gonzalez | jueves, 06 septiembre 2012 en 10:17