La reacción más destacada contra la recuperación de las reválidas en primera enseñanza, secundaria y bachillerato, o contra la exigencia de que devuelva las becas cobradas quien suspenda repetidamente en la universidad, es la que considera que ser haragán es un importante Derecho Humano de los pobres.
Justificado porque el hijo burro del pobre no debe tener menos oportunidades que el hijo burro del rico, que repite los estudios pagado con dineros de los padres.
Es una teoría progresista revolucionaria porque pasa de la lógica de la igualdad de oportunidades –escuela o sanidad iguales para todos--, a que el derecho a ser zángano y a la gandulería se integre en la lucha de clases.
Como al inepto rico le paga su familia, al zángano pobre debemos pagarle con nuestros impuestos, dialéctica que supera la base de la economía socialista por la que “a cada cual según su capacidad, y a cada uno según su trabajo”.
El Derecho Humano a la burrez y a la haraganería nació cuando el ministro José Ignacio Wert anunció que iba a endurecer las exigencias para obtener todos los títulos estudiantiles.
Creyendo que los pobres nacen bobos, la izquierda exigió que continuara el sistema igualitarista del PSOE, que baja la demanda de conocimientos para que apruebe todo zángano, pobre o rico.
Por eso no puede entender que el padre del ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, fuera un humilde pintor de brocha gorda.
Como él, gran número de españoles de alto nivel alcanzaron su estatus no por haber nacido pobres o ricos, sino por ser estudiosos y, además, listos.
Nuevo Derecho Humano, el burro rico siempre será borrico, y el burro pobre siempre será un pobre burro hasta que le toque la lotería, se haga rico, y ascienda a borrico.
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Con sentido común y del humor británico James Skinner escribe en el último número de Hackwriters que muchos españoles ven como líder deseable para España a Vicente del Bosque. Excelente lectura Bosque for President en la que el autor incluye una de estas Crónicas Bárbaras.
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Yo he llegado a la conclusión de que hay una proporción de gente que siempre se guiará por el resentimiento. Gente que lleva en la sangre un odio visceral por todo aquello que sea excelente, por todo aquello que destaque, por todo aquello a lo que no pueden aspirar, por ineptos o por cualquier otro motivo. Tradicionalmente, estos resentidos, mediocres y envidiosos han sido conscientes de su mediocridad y han procurado disimular por vergüenza sus complejos y resentimientos. Pero desde hace ya demasiado, hay una bandera para todos ellos: se llama socialismo. Ya no sienten vergüenza de ser unos mediocres resentidos, y se han convencido de que tienen el derecho y el deber de extender su insania y hacer de ella la medida, la norma. De retorcer la sociedad a su antojo y de convertirla en la pocilga en que ellos se podrían sentir cómodos.
Yo me crié trabajando en el campo desde los siete años. Pero terminé una carrera y prosperé algo. Y aún así, como víctima del plan de 1970 de Villar Palasí arrastré durante muuucho tiempo deficiencias que tuve que curar después. Y aunque el nivel que había a principios de los setenta estaba a años luz del que hay ahora, todos sentíamos que eramos en cierta medida inferiores a nuestros compañeros de unos años antes, que traducían latín y griego y aprendían trigonometría esférica y formas cuadráticas, entre otras muchas cosas. Recuerdo haber visto en la biblioteca de mi instituto, el año justo antes de mi ingreso en la universidad, los libros del antiguo PREU. Aluciné con el nivel que tenían.
Aprendí lo que pude y prosperé algo, y puedo decir que era un niño pobre, hijo de agricultor, que estudiaba en la mesa de la cocina, cuando estaba libre, porque en aquella época no se llevaba eso de tener habitación propia para estudiar. Así lo hicimos muchos, mucho antes de que viniera toda esa chusma socialista a explicarnos que, como éramos pobres, teníamos que ser indefectiblemente estúpidos, y que había que rediseñar el sistema para que nuestra ignorancia no resultase ofensiva, cuando en realidad, a toda esa chusma lo que le resulta ofensivo no es la indigencia de unos, sino la prosperidad de otros. Eso es lo que no pueden tolerar. Es por eso, por ejemplo, que jamás aprobarán el cheque escolar: ellos podrían tener sus propias escuelas, confesionales socialistas, donde los niños recibieran tres horas diarias de epc, prácticas de masturbación e historia de la lucha de clases. Podrían tener todo eso, sólo para ellos. Pero lo que les importa, lo que realmente les importa, no es dar a sus hijos la educación que crean conveniente, sino impedir, por cualquier medio, que los demás demos a los nuestros la educación que creamos conveniente. Eso es lo que los define.
Publicado por: frisgo | martes, 03 julio 2012 en 17:01