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martes, 03 julio 2012

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Yo he llegado a la conclusión de que hay una proporción de gente que siempre se guiará por el resentimiento. Gente que lleva en la sangre un odio visceral por todo aquello que sea excelente, por todo aquello que destaque, por todo aquello a lo que no pueden aspirar, por ineptos o por cualquier otro motivo. Tradicionalmente, estos resentidos, mediocres y envidiosos han sido conscientes de su mediocridad y han procurado disimular por vergüenza sus complejos y resentimientos. Pero desde hace ya demasiado, hay una bandera para todos ellos: se llama socialismo. Ya no sienten vergüenza de ser unos mediocres resentidos, y se han convencido de que tienen el derecho y el deber de extender su insania y hacer de ella la medida, la norma. De retorcer la sociedad a su antojo y de convertirla en la pocilga en que ellos se podrían sentir cómodos.

Yo me crié trabajando en el campo desde los siete años. Pero terminé una carrera y prosperé algo. Y aún así, como víctima del plan de 1970 de Villar Palasí arrastré durante muuucho tiempo deficiencias que tuve que curar después. Y aunque el nivel que había a principios de los setenta estaba a años luz del que hay ahora, todos sentíamos que eramos en cierta medida inferiores a nuestros compañeros de unos años antes, que traducían latín y griego y aprendían trigonometría esférica y formas cuadráticas, entre otras muchas cosas. Recuerdo haber visto en la biblioteca de mi instituto, el año justo antes de mi ingreso en la universidad, los libros del antiguo PREU. Aluciné con el nivel que tenían.

Aprendí lo que pude y prosperé algo, y puedo decir que era un niño pobre, hijo de agricultor, que estudiaba en la mesa de la cocina, cuando estaba libre, porque en aquella época no se llevaba eso de tener habitación propia para estudiar. Así lo hicimos muchos, mucho antes de que viniera toda esa chusma socialista a explicarnos que, como éramos pobres, teníamos que ser indefectiblemente estúpidos, y que había que rediseñar el sistema para que nuestra ignorancia no resultase ofensiva, cuando en realidad, a toda esa chusma lo que le resulta ofensivo no es la indigencia de unos, sino la prosperidad de otros. Eso es lo que no pueden tolerar. Es por eso, por ejemplo, que jamás aprobarán el cheque escolar: ellos podrían tener sus propias escuelas, confesionales socialistas, donde los niños recibieran tres horas diarias de epc, prácticas de masturbación e historia de la lucha de clases. Podrían tener todo eso, sólo para ellos. Pero lo que les importa, lo que realmente les importa, no es dar a sus hijos la educación que crean conveniente, sino impedir, por cualquier medio, que los demás demos a los nuestros la educación que creamos conveniente. Eso es lo que los define.


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