Un esclavo griego llamado Esopo, liberto para premiar su talento, escribió hace 2.600 años fábulas perennes, una de las cuales refleja la actualidad española: la de la cigarra que cantó durante el verano sin prever sus necesidades para el invierno, y la hormiga que almacenó provisiones antes de que llegara el frío.
En versión del ilustrado español Samaniego (1745-1801), la fábula termina con este diálogo cruel que recuerda la relación entre los mercados financieros y España:
“Dime, pues, holgazana,/ ¿qué has hecho en el buen tiempo? Yo, dijo la cigarra, a todo pasajero/ cantaba alegremente,/ sin cesar ni un momento./ ¡Hola! ¿Conque cantabas/ cuando yo andaba al remo?/ Pues ahora, que yo como/ baila, pese a tu cuerpo”.
España lleva tres décadas actuando como cigarra. Cuando creó el Estado autonómico, lentamente lo plagó de políticos, funcionarios y legislaciones onerosas, y los aumentó alocadamente durante los siete años de los gobiernos de Zapatero.
Un Zapatero de canto de grajo, que repartía alirroto las provisiones españolas por el mundo y retaba a las hormigas, especialmente a Angela Merkel, llamándoles fracasadas y anunciándoles que en pocos años iba a ser más rico que ellas.
¿O no se recuerdan aquellas fanfarronadas tan celebradas por sus coristas?
Llegó el invierno, y las cigarras de la familia descubrieron que el canto había traído la desgracia, el desempleo, la ruina, y eligieron a un nuevo jefe.
Algunos bichos de clanes sindicados, que esperaban mantener sus buenos banquetes, hicieron huelga el 29M para que el jefe electo no les quitara, sobre todo, sus cruceros y mariscadas.
Mientras, la hormiga Merkel, más humanista que la de Esopo y de Samaniego, promete ayudar a las cigarras siempre que trabajen tanto como ella.
Pero los jefes sindicales de cigarras no están por la labor.
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