Quien compara el gobierno de Mariano Rajoy con los de Zapatero suele evocar el número de mujeres de uno u otros, o su carácter tecnocrático o ideológico.
Hay que analizar también su compromiso a través del juramento religioso o la promesa laica.
Porque los 13 nuevos ministros, además de su presidente, juraron su cargo ante un crucifijo, una biblia y la Constitución, mientras que prácticamente todos los ministros de Zapatero prometieron fidelidad solamente ante la Constitución de 1978.
La responsabilidad del juramento, según quienes lo pronuncian, es superior a la de los prometedores: creen que de incumplirlo se exponen al castigo de los hombres y de Dios, mientras que la promesa es únicamente un contrato con los hombres.
Añaden como ejemplo que una persona que dice “juro por mi madre” es mucho más creíble y contundente que quien diga “prometo por mi madre”, que suena a broma.
Hay otro elemento diferenciador: la apariencia de edad, porque en los gobiernos de Zapatero se trataba de destacar a los ministros jóvenes, sobre todo a las ministras, que eclipsaban a veteranos como Solbes, Rubalcaba, De la Vega o Salgado.
Vendían un mundo adánico, el del primer ser del planeta sin condicionantes morales previos, cuyas caras más visibles no necesitaban una preparación profesional elevada porque su convicción ideologica, fe laica, la hacía innecesaria.
Enseguida las estrellas fueron Pajín, Aído, Chacón, Zerolo y similares cráneos privilegiados: nada de canas y bastante de atolondradas velinas.
Ahora llegan cuatro mujeres entre diez hombres, y aunque alguna sea joven, parecen veteranas de mil guerras, con preparación profesional elevada, y los hombres son todos canosos o medio calvos, experimentados y con largo historial profesional.
La idea general que transmiten es la de un gabinete de gentes veteranas, sin cuotas sexuales, y que creen que irán al Infierno si nos traicionan.
Estupendo: su miedo a que tras la pena que humilla pero no encarcela, la de telediario, que los castiguen a las calderas de Pedro Botero, debería hacerlos más cautos y honrados, lo que le viene muy bien a los españoles.
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Esto recuerda mucho al chiste ese de la mujer que juraba por sus hijos ser virgen. No dejaba de ser un chascarrillo pero viene a tener el mismo valor que jurar en nombre de alguien que no existe.
Nos debemos a las leyes de los hombres no a las que se imponen en nombre de dios: ¿las del talión?
En un país aconfesional (que no laico) como España no puede haber un crucifijo y una biblia sobre la mesa en la que se hace un acto de fe... constitucional. Porque esa es la línea que se traza. La constitución no las leyes de unos charlatanes.
Publicado por: Vatimero | sábado, 24 diciembre 2011 en 16:06