Bill Gates será recordado por los historiadores por haber creado Windows, un sistema que le facilitó al mundo el acceso a la sociedad de la información, pero obtendrá mayor reconocimiento aún como filántropo que dedicó su descomunal fortuna a luchar contra enfermedades endémicas, especialmente la más terrible en las áreas pobres del planeta, la malaria o paludismo.
Estuvo en España hace unos días. No hablaba ya de su empresa, Microsoft, sino de su entusiasmo y el de su mujer, Melinda, por mejorar la vida de los desfavorecidos.
Anunció que le dejarán muy poco de su riqueza a sus hijos, porque dedicarán su mayoría a la investigación de medicamentos para los más pobres y a mejorar la alimentación en los lugares más deprimidos.
Revelaba además que ya había donado a su Fundación Melinda y Bill Gates una cantidad similar a la de su actual fortuna, la segunda del mundo.
Había que leer los comentarios de los lectores en los medios españoles que daban noticia de Gates. La mayoría supuraba odio, envidia, resquemor contra quien antes de entregar esa riqueza había creado un imperio tecnológico que facilitó el progreso humano.
Animadversión por su éxito. Animosidad, deseo de destruir a quien mejora la sociedad que nosotros mismos deterioramos con el odio de quienes sólo acaparan complejos de inferioridad.
Si seguidamente leemos periódicos de otros países, especialmente anglosajones, descubrimos lo contrario, admiración y respeto mayoritarios.
Porque aceptan que Bill Gates supo encontrar un camino que mejoró la humanidad al proveerla de una herramienta técnica, y porque después se dedicó a hacer el bien.
Esa ausencia de sentimientos negativos hacia alguien mejor que nosotros, ese reconocimiento de los méritos de otros, seguramente es una razón fundamental para que haya sociedades más decentes y prósperas que la nuestra.
Magnífico artículo, Sr. Molares. Muchas veces, comentando con otras personas que, como yo, han estudiado y trabajado en otros países que antes llamábamos «más avanzados» pero que ahora se les suele llamar «de nuestro entorno», llegamos a conclusiones parecidas. Es triste pero es así: en España no se reconoce nunca el mérito ajeno. ¡Y no sé por qué!
Publicado por: Narmer | miércoles, 09 junio 2010 en 15:00