Ahora resulta que el recién fallecido escritor portugués José Saramago no sólo fue un gran novelista, sino que, siendo marxista-leninista, era un ideólogo ejemplar, incluso para las derechas.
El cronista, que lo entrevistó en Lisboa antes del Nobel, y algunos más años después del premio, en Lanzarote, lo admiraba como tantos de sus lectores por sus obras, pero no por su ideología política.
Era un estalinista duro, aunque tiene para sí el cronista que el Saramago que conoció en Lisboa era mucho más ciego que el de Lanzarote, como si los años y el hundimiento del socialismo real lo hubieran iluminado, a la vez que literariamente lo hacían más sensible y humano.
Así, por ejemplo, El Evangelio según Jesucristo (1991), es más áspero que El hombre duplicado (2002) o que las obras posteriores.
Era sorprendente: siendo cortés y buena persona justificaba las dictaduras del proletariado por el bien de la humanidad, lo que podría comprenderse si no se hubiera descubierto que eran otra cara del fascismo.
Para ambas ideologías no hay personas, sino ganado sin individualidad al servicio de una enloquecida idea, falsamente redentora.
La vieja sabiduría dice que los escritores y los sentimentales se convierten en peligrosos cuando tienen poder sobre los demás. Todo poeta sensible es radical y tiende a volverse verdugo. Recuérdense Nerón, Enrique VIII escribiendo el maravilloso Greensleeves, el delicado Mao y los demás genocidas-poetas.
Pero ahora, fallecido Saramago, lo que es insufrible es la jeremiada de todo político e intelectual, que generalmente no lo ha leído, proclamándolo como un ideólogo luminoso al que seguir, cuando, afortunadamente, eligió ser sólo escritor, no literato-sátrapa comunista como Stalin, Hoxha, Ulbrticht, Kim Il-Sung, Mao, Ceaucescu, Pol-Pot, Ché…
El legado de Saramago es gran literatura, no un genocidio como los cometidos por los políticos-poetas.
De entre las "virtudes" de ese fascista no hay que olvidar su antisemitismo.
Publicado por: Narmer | jueves, 24 junio 2010 en 15:56