El sábado 24 de abril de 1010 fue un día deplorable para la España moderna que había dejado atrás la guerra civil y renacido hace 32 años con una Constitución como la de las democracias avanzadas.
Volvieron a manifestarse las Dos Españas, la minoritaria y agónica falangista, que si bien había ganado la guerra mezcló asesinos con personajes como los tan alabados Adolfo Suárez o Samaranch, y por otro un conglomerado republicano que va desde el zapaterismo místico hasta una extrema izquierda no mejor que la peor Falange.
Los falangistas por unas calles del centro de Madrid reivindicando su ideología, los otros, muchos más, por numerosas ciudades reclamando la III República, enjuiciar franquistas, y salvar a Baltasar Garzón, juez capaz de cambiar arbitrariamente la historia de cualquier país si le dejan.
Más iluminado que justo en numerosas actuaciones, Garzón quiso enmendar la transición democrática ingeniándose un juicio contra los asesinos franquistas.
Pero las instancias judiciales superiores condenaron su iniciativa, opuesta a la amnistía de 1977, y pretenden juzgarlo por esa presunta contumacia ilegal y abuso de poder que resucitó odios históricos con las proclamas de Zapatero sobre su abuelo fusilado, pero no sobre el otro abuelo franquista.
Quienes reclaman ahora venganza por la guerra perdida, olvidando que desde 1955 Santiago Carrillo y el PCE pedían la “Reconciliación Nacional” con amnistía general, se han lanzado a apoyar al juez poniendo como principal portavoz de las manifestaciones al poeta comunista Marcos Ana.
Tenemos, por un lado, a unos falangistas bastante exiguos, y por otro a quienes exigen invalidar la actual Constitución y la amnistía, a pesar de haberlas pedido durante décadas antes de la muerte de Franco.
Bien: juzguemos a los criminales franquistas que sobrevivan, y la familia de este cronista, por ejemplo, sería vengada sin desearlo.
Pero también a Carrillo por sus 6.000 asesinatos de Paracuellos –casi el doble que Pinochet—, y a tantos Marcos Ana, seudónimo de Sebastián Macarro, que con 18 años liquidó sin más, y tras sacarlos de sus casas, a un derechista, a un cura y a un campesino; pasó 23 años de cárcel hasta ser indultado por Franco en 1961.
Sí, cultivemos el odio llorando por nuestros abuelos y bisabuelos en manifestaciones 35 años después de muerto el dictador mientras encerramos-enterramos a nuestros padres en asilos y apoyamos a cierto doctor para que nos libere de ellos con su rápido tratamiento hacia el “Sendero Luminoso”, modelo eutanasia hitleriana.
Recreemos las peores Españas. Así olvidamos nuestras crisis educativa, ética y de cohesión social, y a los casi cinco millones de parados.
Asqueado.
Así me siento con estas 'Dos Egpañas' (la g es intencionada, como símbolo de los cazurros que las encabezan) que no dejan a la auténtica vivir en paz y tranquilidad, en pleno S.XXI y no en el año 36 que parecen incapaces de olvidar.
No se si alguno de mis abuelos o bisabuelos murió en la Guerra Civil, ni tampoco tengo especial interés en saberlo, porque si así fue (y seguramente lo sea) aquello me pilla demasiado lejos como para iniciar particulares Vendettas.
Lo que si se, es que tuve la suerte de haber nacido en una dictadura, pero haber crecido en una democracia, en la que espero que también mis hijos crezcan sin tener que recordar guerras y conflictos no olvidados que no les pertenecen.
Que nos hagan un favor estos dos bandos, y se larguen con viento fresco, que nadie les ha pedido ningún juicio a muertos ni defender una democracia que no respetan y en la que parecen estar de más.
Publicado por: Manuel | domingo, 25 abril 2010 en 16:06