Si usted hizo alguna donación para las víctimas del terremoto de Haití, habrá observado que la organización que la recibió le dio las gracias en nombre de la solidaridad, no en el de la caridad.
Y fue porque la palabra caridad está proscrita, es políticamente incorrecta. Incluso muchas instituciones religiosas que distribuyen las ayudas y que la tienen como una virtud teologal han cambiado el concepto por el de solidaridad.
Pero tienen significados distintos: la caridad, aunque en las sociedades con fuerte pasado religioso se usó frecuentemente para callar la mala conciencia, es una virtud antigua como el ser humano, y sobre la que ya escribía Confucio 500 años a.C. en sus Analectas.
La solidaridad, sin embargo, es una práctica entre personas que se reconocen unidas al compartir las mismas obligaciones, intereses o ideales, como dice Otfried Höffe en su Diccionario de la Ética.
Es una forma de egoísmo que propone hacer una donación que servirá para una futura devolución del favor, no un acto de los sentimientos, del corazón.
Ningún donante para Haití puede esperar una restitución de sus habitantes, ni tampoco debe sentir que les debe algo material; ni siquiera moral, si se piensa bien.
Pero el donante se conmueve, siente algo interior que lo impulsa a ayudar sin desear ni esperar nada a cambio.
Sólo lo retribuye algo íntimo, intransferible: sentir que se ha hecho algo moralmente bueno y no éticamente obligatorio.
Sólo lo retribuye algo íntimo, intransferible: sentir que se ha hecho algo moralmente bueno y no éticamente obligatorio.
Llegados aquí, debemos concluir que al sustituir caridad por solidaridad se transforma nuestra bondad, nuestros mejores sentimientos, en algo materialista, en un “quid pro quo”, en un comercio.
O, desde la visión dominante políticamente correcta, la solidaridad quieren convertirla en justicia para pagar una explotación de los haitianos que nosotros no hemos cometido, por mucho que lo diga Marx.
Y me pregunto sinceramente cuanto de ese dinero llegara a los damnificados...
En este mundo de hienas, las buenas intenciones son como inocentes cervatillos (Bambis) abandonados a su suerte; poco avanzan.
Un saludo.
Publicado por: Gaspar Payá | lunes, 25 enero 2010 en 16:25