Hace ahora un año y dos meses una crónica decía: “Van a excavar el terreno en el que asesinaron y sepultaron a Federico García Lorca, en el camino de Viznar a Alfacar, en Granada, recuperarán unos huesos humanos, pero habrán matado el mito del poeta sin tumba, que permanecía oculto en un trozo anónimo de un huerto, microcosmos de todo el planeta”.
La crónica estaba equivocada: tras tres meses y medio de búsqueda no apareció hueso alguno ni rastros de fusilamientos en ese lugar. Aunque acertó en la destrucción del mito. Quizás por eso la familia rechazaba la investigación.
Ahora reaparecerán numerosas versiones sobre el final de Lorca, algunas negando incluso que hubiera muerto fusilado.
El 7 de marzo de 1999 un respetado periodista ya fallecido, Felipe Mellizo, planteaba en su programa de TVE, “Páginas ocultas de la Historia”, una hipótesis sorprendente: el 18 de agosto de 1936 el poeta sobrevivió a su ejecución, y con el cuerpo y la mente destrozados fue llevado al hospital en el que murió en 1954, atendido por unas monjas.
“Lo asesinaron porque había arremetido contra los caciques granadinos, más que por republicano u homosexual: así se mataba a la gente en aquellos tiempos de la más odiosa España cainita” recordaba el cronista, sin añadir que Lorca pertenecía a la misma clase social.
El venerado huerto de Alfacar era “un santuario libre y frutal, misterioso y triste. La presencia del poeta lo dominaba todo, este olivo, aquella rama, una flor”. Pero ya perdió para siempre ese valor simbólico.
Los necrofílicos que ordenaron iniciar la búsqueda, el juez Garzón, Rodríguez Z. y la Junta de Andalucía, azuzados por el hispanista Ian Gibson, han destruido la leyenda.
En eso acertó la crónica, firmada por el autor de esta.
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