La semana pasada una ola de indignación recorrió la opinión pública española: un hombre de 24 años había matado en Tenerife a una niña de tres al violarla, tras someterla, además, a distintas torturas.
Así constaba en el certificado médico del fallecimiento, lo que provocó la detención inmediata del presunto asesino y las declaraciones de indignación de la consejera de Sanidad canaria.
Pero todo era falso, aunque se presentaba como un caso más de pederastia, más cruel si cabe, que el de la niña Mary Luz Cortés, cuyo asesino la mató estando en libertad, pese a haber sido encasado por asaltos anteriores.
Se unía a la larga lista de hombres –y mujeres-- que abusan sexualmente o maltratan niños y que pronto están libres para volver a cometer iguales o peores crímenes.
Ante sucesos terribles como parecía el de Tenerife, se pide la máxima dureza de la ley, pero como esta mantiene su habitual tibieza, se desea que se encargue de castigar a los autores la justicia carcelaria, la que los presos le aplican a los que cometen los crímenes más odiosos,
Diego P.V. sufrió un cúmulo de errores que se iniciaron con un médico que atribuyó la muerte de la niña y sus heridas a una violación, dictamen tras el que casi todo el país puso en marcha su indignación, a lo que contribuyeron cronistas como el que escribe estas líneas.
Ahora resulta que la niña se había caído de un columpio. Pero en el centro médico aplicaron sumariamente el “protocolo de violencia de género” que convierte automáticamente al hombre en delincuente. Y unas veces lo es, y muchas otras, no.
Y creímos ese dictamen sin darnos cuenta de que coaccionados por el concepto de “violencia de género” impuesta por el feminismo que odia al hombre, como hay machismo que odia a las mujeres, tomamos por asesinos a algunos inocentes. |
Un problema informático ha borrado los comentarios de Nemigo y de Amparo Moreno. Por favor, vuelvan a escribirlos. Gracias.
Publicado por: Manuel Molares do Val | miércoles, 02 diciembre 2009 en 00:51