Cuando habamos de muros de separación, el pensamiento políticamente correcto trata de equiparar los de contención que Israel o España en Ceuta y Melilla levantan en sus fronteras, con el del Berlín comunista, que comenzó a derruirse hace ahora veinte años.
“Todos los muros son iguales”, gritan los supuestos progresistas irritados por la desaparición del de Berlín. No deseaban que se descubriera que ocultaba el comunismo siniestro, vil, triste, de delación, de miedo y mucho más contaminado, lleno de centrales como Chernobil, corrupto y pobre en alimentación, vivienda y sanidad que el que había dejado la dictadura de Franco tres lustros antes.
Hay dos clases de muros: unos, como las paredes de las casas, sirven para no dejar entrar, para proteger a quien está en el interior; otros son para no dejar salir, como los de las prisiones.
El muro de Berlín, el del mundo socialista, el del “Telón de acero”, era una prisión para las poblaciones nacionales, herméticamente cerrado para que no se viera el otro lado. Y lo es aún en diferentes grados penales, en Corea del Norte, Cuba o China.
El de Franco, con excepción de su primera década, era menos físico y estaba muy abierto a la salida del país para que los emigrantes enviaran divisas.
Esa era la diferencia fundamental entre ambos sistemas. La misma que entre los reos con penas de encierro en primer grado, que era el mundo comunista, y los de cuarto grado o de libertad condicional, que eran los españoles bajo el franquismo, especialmente desde 1960.
Condenados, todos, pero el terror, la sumisión al aparato del partido y las humillaciones bajo los burócratas del régimen, eran menores bajo el franquismo.
Los demócratas españoles que sufrimos el franquismo desde la bastante minoritaria oposición, y que también hemos vivido durante años en el mundo comunista, tenemos la experiencia que permite comparar objetivamente ambos sistemas, lo que conviene hacer aún porque hay autoproclamados progresistas constantemente aclamados en los medios informativos capitalistas que insisten en reafirmar la bondad del socialismo real.
Que no engañen. Un sistema, el franquista, era malo. Pero el otro era mucho peor, era una mazmorra sin salida y llena de salas de terror y tortura.
no es comparable el franquismo con el comunismo. Los españoles que emigraban podían volver al país, mandaban divisas y además el franquismo se beneficiaba a varias bandas por el turismo (sus dividas) y la mano de obra barata que atraía empresas. Por no hablar del apoyo de USA y la iglesia católica
En el comunismo no había nada de eso. O quizá sí.En cuba. Y si quiere alguien puede comparar el régimen de franco con el régimen de los castro.
Publicado por: Nemigo | lunes, 09 noviembre 2009 en 16:41