Con las democracias occidentales calladas, quizás de vergüenza, el pasado viernes, día 10, Irlanda aprobó una ley que condena la blasfemia con 100.000 euros de multa, lo que crea algo parecido a una sharía cristiana medieval o preilustrada, y peligrosamente cercana a la islámica.
El blasfemo irá a la cárcel si no paga la multa, aunque, consolémonos, no lo ahorcarán o decapitarán, como la sharía; incluso se reducirá la sanción a 25.000 euros si el pecador-delincuente pide perdón.
Esta vuelta al medioevo aparece en al artículo 36 de una ley contra la “Incitación al Odio” más peligrosa aún: está pensada para convertir en malhechor a quien denuncie o critique las formas de vida, normas o costumbres de colectivos supuestamente débiles.
Este legalismo que persigue la “incitación al odio” es crecientemente opresivo en algunos países occidentales: en EE.UU. el Congreso y el Senado discuten un proyecto de ley (H.R. 1913 y S. 909, respectivamente) que, al proteger toda tendencia y conducta sexual, en su última redacción hace delincuentes a quienes proclamen que los pederastas son peligrosos para los niños.
Tampoco podrán criticarse determinadas normas inhumanas o la extremada crueldad de algunos ritos religiosos, como el lento sacrificio ritual de animales. Sin embargo, podrán denunciarse actos similares si no son piadosos.
La ley irlandesa contra la blasfemia difícilmente podría imponerse en España, donde medio país blasfema por nada y hasta lo hacen en cada frase todas las teleseries nacionales como fórmula para rellenar los huecos de talento de los guionistas.
Pero dado el talante de la Alianza de Civilizaciones de Rodríguez Z. y del primer ministro turco, que calificaron de provocación al islam las caricaturas danesas de Mahoma, punible según Erdogán, quizás quieran imponernos leyes filoislámicas.
Y todo ocurre cuando una investigación científica recién publicada en “Neuro Report” afirma que gritar términos malsonantes alarga el cincuenta por ciento el tiempo en el que soportamos el dolor.
Aplicando la última frase de su columna Sr. Molares, no se imagina las cosas que me vinieron a la mente al ver la traición cultural e ideológica que estas nuevas generaciones de “progresistas” occidentales están haciendo a las pasadas generaciones, que pagaron con su sangre la libertad que ahora prostituimos, y en aras de un falso progresismo abandonamos a pasos agigantados.
Un saludo.
Publicado por: Gaspar Payá | sábado, 18 julio 2009 en 00:46