Como quieren ser nórdicas, las mujeres políticas españolas son mayoritariamente rubias de bote y sus raíces pilosas resultan de antracita, pero sus colegas varones también se tiñen para aparentar mayor juventud y muestran abundantes cabelleras negrísimas.
Obsérvelos usted: pocos de los principales han dejado que su pelo blanqueara, como Felipe González, pero es porque el expresidente cuida poco su apariencia, lo que se detecta en su anárquica dentadura ennegrecida de fumador.
Mire usted a su sucesor, José María Aznar, al que le han salido últimamente un pelo negrísimo, unos dientes blanquísimos y unos biceps voluminosísimos: otro caso de física y química supercuánticas. Uno se lo imagina por las playas marcando pectorales o por Chueca de osezno.
El presidente del Parlamento, José Bono, que hace un par de años iba aceleradamente para calvo, no sólo tiene ahora el pelo negro, sino que lo presenta tan frondoso de implantes que parece un pimpollo con apliques de crin de pony.
Fuera de España tenemos a Silvio Berlusconi como muestra de tintes, implantes, músculos de silicona y estiramientos de piel que están poniéndole ojos asiáticos.
Como sucesor contemporáneo de emperadores romanos y, claro, de Mussolini, demuestra que hay una gran relación entre el poder y la apariencia viril aplicada a la actividad sexual con señoritas de alegres costumbres.
Los políticos intentan conquistar electorados mostrándose sexualmente estimulantes, incluso los de blandenguez asexuada, como Rodríguez Z., que se peina a lo Marlon Brando en Julio César, tocado que le permite disimular su realidad de hombre de medio pelo y próxima calvicie: el cronista se lo imagina con un poco de maquillaje, y estaría ideal en el próximo desfile del orgullo gay, que es un voto que cultiva pero que se va con Esperanza Aguirre pese a las dádivas de Pedro Zerolo a los grupos afines.
En cualquier caso, estos enmascaramientos de cerdas y de afeites muestran personas poco fiables: las rubias, no lo son, y los hombres disimulan sus cabezas de alcachofa con magia negra.
Fijémonos ahora, porque es noticia como escritor, en la testuz más espectacular, en el nido de cigüeñas montado en su bóveda por Iñaki Anasagasti.
El buen hombre ha escrito un libro contra la Monarquía, pero toda ave salida de una barroca lechigada como la suya tiene que ser fantasiosa y, seguramente, falsa.
Alguien con testa cultivada para aparentar credibilidad y que resulta tam-tam campanario no puede esperar que se le tome en serio.
Mala cosa la melena de Aznar (y la bufanda). Aún asumiendo que fue víctima de una campaña de odio bestial (auténtico Auto de Fe), pudo haber sonreído más, haberse dejado canas.
Admiro al listísimo Mariano que le ha pillado el punto al país. Lo importante es no asustar. Es lo que hay.
Publicado por: david | sábado, 27 junio 2009 en 19:04