Debemos aplaudir el nuevo modelo económico prometido por el Gobierno, que logrará hacer españoles más vivaces, ágiles, fibrosos y saludables.
Creíamos que con una sistema de seguridad social aceptable, que desde hace muchos años atiende a todos por igual, nuestros conciudadanos estarían sanísimos, pero estábamos en un error.
Es cierto que figuramos entre los habitantes más longevos del planeta, pero es malviviendo con una salud precaria: la gente enferma constantemente, necesita demasiadas medicinas y plazas hospitalarias, y todo porque, paradójicamente, a quienes pasaron tantos siglos de hambre, la modernidad los está volviendo enfermizos y obesos mórbidos.
El bien general es la meta del Gobierno de Z. y, como advierten él y la abstemia, vegetariana y antitabaco radical, vicepresidenta Salgado, con ese objetivo se suben los impuestos: al tabaco, porque genera cáncer, y a la gasolina, porque contamina.
Se estimula la compra de coches, pero si poniéndoles crecientes multas los obligamos a estar parados, como a sus dueños, no esparcirán malos gases.
Se multiplican los impuestos a la electricidad y al gas. Porque sólo los ricos deben desperdiciar energía en acondicionadores o calefactores, ingenios que anulan la frugalidad tradicional que hacía a los españoles correosos y elásticos.
Recordemos: el hambre es salud y agilidad, decían importantes ascetas, también abstemios vegetarianos antitabaco radicales, como el Führer.
Deberán subir, pues los impuestos del vino, de todo lo placentero y de los alimentos que engordan para evitar esta plaga de viejos obesos cada día más discapacitados.
Por último, deberá aprobarse lo antes posible la prometida ley que facilita la eutanasia. Deberá ser más progresista aún que la holandesa, de la que huyen hacia otros países sus ancianos más insolidarios, incapaces de afrontar gallardamente la muerte en el momento que le convenga a la sociedad.
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