Siempre decepciona descubrir que las personas en las que deberíamos confiar, a las que le hemos concedido poder político y económico, se corrompen.
Barack Obama había elegido como secretarios (ministros) a cuatro personas honorables: resultaron ser evasoras de impuestos y empleadoras de inmigrantes indocumentados.
Si eso pasa en un país serio, en el que de los infractores deben dimitir inmediatamente, peor es en lugares naranjeros, como España o bananeros latinoamericanos.
Aquí el Gobierno le da poder económico a los amigos, que después pagarán, como en los casos milagrosamente fallidos del ahora ministro Sebastián maniobrando para que Sacyr-Vallehermoso se quedara con el BBVA, o Gas Natural con Endesa.
O los espionajes del PP al PP en Madrid, que nadie sabe de qué van, luego tienen un trasfondo económico que finalmente manda a políticos a la cárcel; o los de los gastos suntuarios en Galicia o Andalucía, mientras faltan personal y medios sanitarios para los enfermos.
Aceptemos que la corrupción siempre existirá. Y que podemos controlarla si sabemos que los políticos se venden “a un precio honrado”, como decía Romanones.
Pues establezcamos unas tarifas decentes de corrupción de acuerdo con baremos objetivos, curriculum y poder del corruptible.
No podemos seguir con esta anarquía. Ejemplo: en Cataluña, donde supuestamente CiU cobraba el 2 por ciento de comisión por cada obra, se descubrió que era el 20. Muy mal: ahora ERC y PSC-PSOE deberían conformarse con el 10.
La Cuota de Corrupción (CC) o de Mordida (CM) aparecería facturado junto al IVA en contratos o compras; sería un apunte más.
Nombraríamos inspectores de corrupción como los de Hacienda para controlar las transacciones.
Ellos también recibirían su cuota de corrupción. Serían vigilados por otros inspectores, estos, por otros, y así hasta llegar al presidente del Gobierno.
La cuota de mordida o robar por via legal.
Un saludo
Publicado por: Francesc Franc | lunes, 09 febrero 2009 en 22:36