Acaba de aparecer en EE.UU. la enésima biografía de William Randolph Hearst en la que el creador de uno de los mayores imperios periodísticos del mundo no es el grandioso y ridículo Citizen Kane, de Orson Welles, sino un admirable editor, honrado e idealista.
A unos 8.800 kilómetros del San Francisco donde empezó Hearst, en una pequeña ciudad española, Lugo, un periódico cumplía hace poco su primer siglo y editaba dos libros-autobiografías: uno, con las principales primeras páginas de esos cien años, y otro, con ejemplo de su publicidad desde 1908.
Una década antes de la fundación de “El Progreso”, Hearst involucró a EE.UU. en la independencia cubana, y la leyenda dice que montó una campaña antiespañola para vender periódicos.
La presente biografía, “The Uncrowned King”, El Rey sin corona, (Counterpoint), del canadiense Kenneth Whyte, afirma que se implicó por idealismo “horrorizado por la brutalidad de los españoles”.
Aunque por aquellas fechas todavía estaba conquistándose el Oeste y Hearst no se fijaba en las matanzas de indios, sino en las de cubanos.
El imperio de Hearst sigue siendo uno de los más poderosos de EE.UU. y “El Progreso”, como tantos periódicos provinciales, un diario de referencia, fundamental para una audiencia cercana, amiga y fiel que pasa de padres a hijos, igual que sus editores.
En un continente u otro, en unos medios u otros, aparte de las noticias hay elementos que nos son crecientemente comunes, como la publicidad, por ejemplo, de Gillette, la hojilla de afeitar publicitada, primero, por Hearst en EE.UU., y que aparece ya como producto de consumo en España al nacer el periódico lucense.
Ver, seguir esas y mil otras historias, cada página con noticias y anuncios, oler la tinta, hace que se amen los periódicos.
Querido Manuel Molares me permito remitirte este
enlace a proppsito de esa otra leyenda negra del égenocidio" indio. Y por cierto leyenda o verdad en 1898 habia acabado desde hacia bastante tiempo.
Publicado por: JFM | sábado, 17 enero 2009 en 19:49