Casi ocho años después de que ETA asesinara a su padre, Daniel Portero ha sacado a la luz una larga investigación sobre esa banda de la que se deduce que es más una familia de mafiosos que un grupo revolucionario tradicional.
Salvando el entorno geográfico y el medio social, los pandilleros de ETA podrían ser una mezcla de camorra napolitana y las FARC del narcoterrorismo colombiano.
Así aparecen los héroes abertzales vascos tras la lectura de “La trama civil de ETA”, recién editado por Arcopress, y escrito por Daniel, un hijo de Luís Portero, fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, asesinado en Granada en octubre de 2000.
El autor es ingeniero, y se nota en la minuciosidad de su trabajo -–414 páginas--, hecho con la precisión de quien tiende un puente sobre aguas turbulentas que tiene un punto de inicio, pero también un final que, según él, no está lejano.
El entorno etarra es particularmente llamativo: gente encerrada en grupos que forman una secta de fanáticos autistas ante el mundo, aunque hábiles en la manipulación de los sentimientos de sus miembros, personas que necesitan autoafirmarse.
El mundo de ETA es algo así como una congregación de antropófagos que vive junto a la población común, mayoritariamente intimidada por las correrías de los cazadores que salen de vez en cuando a buscar carne humana.
Para no ser devorados, muchos miembros de la mayoría intimidada halagan a los monstruos, tan cercanos: participan en sus negocios, compran sus productos y pagan voluntaria o forzosamente el “impuesto revolucionario”.
Ese magma de interesantes y conexiones ha creado un entramado de empresas y organizaciones crecientemente sometidas a la persecución de la Justicia: ahogarlas logrará la extinción de la mafia, cree Portero.
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