Los documentos del segundo jefe de la narcoguerrilla colombiana de las FARC y las declaraciones de sus crecientes desertores demuestran que los carteles de “Se Busca” siguen sirviendo para perseguir asesinos.
Pocos idealistas dirían que los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que imitaban a Fidel Castro desde 1964, se convertirían en bandas de mafiosos peores que Capone, traficantes de cocaína.
Pero menos gente aún creería que aquellos románticos se traicionarían unos a otros por la recompensa, el premio de unos dos millones de dólares que pide Pablo Montoya por haber matado la semana pasada a uno de los grandes, Iván Ríos, del que era lugarteniente.
Las FARC mantienen a unos 770 secuestrados, que se sepa, porque buena parte de sus filas está formada también por rehenes, muchos menores de edad, que se vigilan unos a otros amedrentados: por eso desertan unos 200 todos los meses.
La banda, de entre 5.000 y 15.000 efectivos actualmente, está en desbandada, nunca mejor dicho.
Pero mantiene aliados poderosos: ahora se hace público que, aparte de la ayuda moral y material que recibe de Hugo Chávez en Venezuela, en la frontera opuesta de Colombia, en Ecuador, dispone de ocho campamentos y una red de funcionarios políticos y militares ecuatorianos comprados con el dinero de la droga.
La corrupción, siempre, es el mal de los países pobres que impide enriquecer a sus habitantes. No es el capitalismo al que atribuyen todos los males estos vividores que matan por no trabajar. Es la corrupción en nombre de los pobres. En cualquier parte del mundo.
Pensando en ETA quizás habría que poner carteles ofreciendo premios por la entrega de sus jefes. Vivos, nunca muertos. Treinta millones de euros acabarían con sus cabecillas ante los jueces.
Tiene usted toda la razon, saldria infinitamente mas barato al pais hacer lo que usted indica acerca de las recompensas.
Publicado por: Sanders | viernes, 14 marzo 2008 en 21:09