Juan Sarmiento es un maestro a la antigua usanza ya jubilado al que visitan muchos de sus antiguos alumnos y lo emocionan diciéndole que parte de su progreso profesional se lo deben a su entrega cuando les enseñaba.
Recuerda que sus alumnos empezaban la primaria y estaban con él cada día durante varios años hasta que entraban en secundaria. Así aprendían a leer, a escribir, ciencias, matemáticas, lenguaje o geografía.
Pero llegaron los pedagogos, supuestos expertos en enseñanza y, por lo que dicen muchos maestros y expresan con talento dos académicos de la Lengua, Pérez-Reverte y Muñoz Molina, enseguida formaron una secta con los políticos que han hecho de la enseñanza española la mayor fábrica europea de burros e iletrados.
Pérez-Reverte ha calificado de imbécil y delincuente a esta pedagocracia, formada por pedagogos que nunca enseñaron, enchufados y políticos ignorantes.
Y Muñoz Molina ha recordado las gansadas de gente como la ministra de Educación, para quien “no hay problema en que los chicos usen el teléfono móvil en clase”.
Así estamos. Juan Sarmiento ha sido sustituido por un ejército de especialistas en una sola materia que cambia de alumnos cada hora, y que terminan con depresiones severas porque unos hablan por los móviles y otros hasta les pegan y maltratan impunemente.
Luego, el Gobierno y los consejeros de Educación autonómicos culpan del fracaso a Franco, al atraso histórico o a las familias.
Muñoz Molina recuerda con afecto a sus maestros, que le enseñaron a leer, a escribir y a amar el conocimiento en años de oscurantismo: en plena dictadura y penosa situación social y económica.
Pues está mal visto evocar al viejo maestro: la secta político-pedagógica acusa a gente como Muñoz Molina, que era prosocialista, de haberse vuelto facha.
Aunque esté mal visto evocar a los maestros antiguos, quiero aprovechar la ocasión para expresar desde aquí la inmensa gratitud que siento hacia aquella joven, abnegada, preparada, altruísta, maravillosa maestra que tuve (tuvimos) cuando a los ocho años llegué a su clase. En total, fueron tres cursos con ella. Tres cursos que cambiaron nuestras vidas en aquellos difíciles años. En un entorno de clase económica y culturalmente baja consiguió que muchas de nosotros consiguiéramos becas y pudiéramos hacer el bachillerato y llegar a la universidad. No sólo eso. Pero su revolución no se quedó ahí. Revolucionó a toda aquella sociedad, con su dirección de coro, con las representaciones de teatro, con sus excursiones y sus visitas a museos. La verdad es que no era una maestra, era un ángel que al cabo de unos años nos abandonó para llegar a otras cumbres.
Saludos cordiales
Publicado por: Calandria | lunes, 14 enero 2008 en 22:46