Los pueblos que mantienen su raíz judeocristiana unida al racionalismo no le prometen un Paraíso de huríes a quienes asesinan en masa suicidándose, como ocurre con las sectas extremistas del islam, que justifican sus masacres apelando al Corán y a los hadices más puritanos de la Summa.
Podría argüirse que Hitler o Stalin eran asesinos de masas de raíz cristiana, pero el primero era un neopagano obsesionado con la mitología teutona y la astrología, y el segundo un ateo militante para quien el Paraíso era el marxismo-leninismo construido a cualquier costo de vidas humanas: las dictaduras occidentales, incluida la franquista, obedecían fundamentalmente a luchas de clases.
El asesinato de Benazir Bhutto es uno más de los perpetrados por islamistas de toda nacionalidad y origen, parte de la Umma, comunidad de los creyentes, para someter al mundo. Para ellos todo el planeta es tierra del islam, especialmente Al-Andalus: casi toda España.
El renacimiento del radicalismo en un islam que estaba acercándose lentamente al racionalismo por influencia occidental aparece en 1928 en Egipto con los Hermanos Musulmanes y ha ido ampliándose hasta el terrorismo indiscriminado, el 11S o el 11M. Y en cualquier momento los suicidas de Bin Laden, los mártires ávidos de vírgenes y los Mahmoud Ahmadinejad podrán disponer de armas nucleares.
El gigante fanático y monstruoso crece rápidamente ante nosotros mientras progresan los partidos religiosos que, sin apelar de momento a la violencia, son radicales en sus creencias y fermento del extremismo.
Es un mundo que se fortalece. Los islamistas están envalentonados, sabiendo, además, que cualquier respuesta contundente y violenta de los racionalistas para reducir el tamaño del monstruo será denunciada como inhumana por los propios racionalistas, dispuestos a dejarse engullir por su mezcla de corrección política y huidiza cobardía ante los peores asesinos, los espantosos hassasin medievales.