Es una de las noticias más chocantes de estos días porque el caso puede multiplicarse con la creciente religiosidad de los inmigrantes musulmanes: Shaima, niña marroquí de ocho años, asiste a un colegio de Gerona cubierta con un gran pañuelo, el hiyab.
No es su primera escuela española: ya había estado en otra el curso pasado donde por el mismo hiyab sufrió las burlas de sus compañeros. Por eso abandonó el centro privado Eiximenis, catalanista y multiculturalista.
Posiblemente volverá a ser humillada en su nuevo colegio porque casi todos los niños son crueles con lo extraño, especialmente si es oscurantista.
Y en lugar de librarla del hiyab, sus piadosos padres insisten en que asista a clase con él. Incluso están decididos a devolverla a Marruecos si se lo prohíben.
Quizás tenga que irse cuando sus compañeros descubran la descorazonadora razón de ese velo, que no es una expresión folclórico-cultural, sino una barrera física contra los agresivos instintos sexuales de esos niños. Y de los suyos propios, pues la mujer tiende a ser promíscua.
Tal es el significado del hiyab arábigo: llegado del desierto, todo varón necesita mujeres. Es un incontinente sexual. Cualquier hembra que no está velada le excita, porque además la ausencia de velo pretende excitar al hombre(Corán: 24, 31 azora de la Luz; 59, 33, azora de los Partidos; decenas de hadices, y los de la boda de Mahoma con su séptima esposa, Zaynab). Por eso tantas legislaciones islámicas disculpan a los violadores.
El irracional mensaje del velo de Shaima es que los niños, sus compañeros, son violadores potenciales. Y los adultos, posibles pederastas. Aunque los padres serían felices si su hija fuera Aisha, la niña de siete años con la que se casó Mahoma y a la que poseyó a los nueve.
Patética realidad que los multiculturalistas y aliancistas de civilizaciones, junto con los fanáticos islamistas, tratan de velar, disculpar o negar.
Siempre me ha parecido curioso que en una supuesta democracia liberal, donde teóricamente uno tiene derecho a hacer aquello que no interfiera la libertad de los demás, no se pueda ir en pelotas por la calle o por cualquier otro lugar. En realidad nuestra libertad está más limitada de lo que creemos por el contexto cultural. Ocultar nalgas, pechos y otras partes de nuestra anatomía no me parece menos absurdo que esconder parte del pelo. Y no deja de ser una convención cultural sexista. Un hombre puede pasearse sin camisa por el Paseo de Gracia, pero si lo hace una mujer se arriesga a que le inste la guardia urbana a taparse o la acusen de escándalo público o, peor aun, de prostituirse.
No creo que los padres de Aisha sean unos puritanos coránicos, sino que simplemente siguen sus propias convenciones culturales. No soy un relativista cultural, pero creo en la libertad, y defiendo la libertad de sus padres para vestirse y vestir a sus hijos de acuerdo con su propia cultura e identidad, sobre todo si la niña está de acuerdo ya que es ella la que tiene que soportar las humillaciones en el colegio. En todo caso son los padres y no el colegio quien debería decidir si consienten en “occidentalizar” el atuendo de la niña para evitar los insultos.
Hace bien la Generalitat en proteger la libertad de esa familia. El colegio debería haberla protegido frente al ataque de otros niños, en lugar de dedicarse a ponerse en su contra. Para tratarse de un centro escolar, le ha administrado a la niña una mala lección de liberticidio.
Publicado por: Gulliver | sábado, 06 octubre 2007 en 21:15