Nuestra tradición judeocristiana dice que debemos detestar la hipocresía, cuando debería ser al revés, como la taquiyya musulmana: la hipocresía y el arte del disimulo deben ser señalados como virtud y no como maldad, puesto que quien los sigue triunfa, gobierna y recibe los aplausos de la mayoría.
Observe usted la Ley de la Memoria Histórica elaborada para demostrar que el Partido Popular es la continuación del franquismo: está impulsada por un Gobierno con la mitad de sus ministros descendientes de jerifaltes franquistas, formados y promocionados gracias a las becas y recomendaciones mutuas de sus siempre influyentes progenitores.
Y los Populares, cuyo origen es similar, en lugar de sumarse a esa postura tan estética y condenar al dictador cada mañana, hacen como Mayor Oreja y afirman que su infancia y juventud burguesas no fueron tan malas.
Este señor bastante moderado, que no montó ningún GAL, que como ministro cumplió estrictamente las leyes y dañó enormemente a ETA, aparece ahora como un fascista peligrosísimo, como recoge incluso la prensa extranjera.
Una sinceridad algo torpe, porque podría haber recordado que el 20 de noviembre de 2002, en el 27 aniversario de la muerte del dictador, el Parlamento español, con sostén unánime de la mayoría absoluta del PP, condenó formalmente “la represión de la dictadura franquista”.
Seguramente el apoyo del PP a aquella moción fue producto de una momentánea y hábil hipocresía, que es el fingimiento de cualidades o sentimientos opuestos a los que se tienen.
Pero desde entonces el PP no repite tal pronunciamiento. Y por ahí lo tienen bien atado sus rivales, que gozan condenando a unos antepasados que les dieron una vida espléndida, mientras la mayoría de los españoles luchaba desesperadamente para sobrevivir.
La hipocresía, el disimulo, la taquiyya: grandes virtudes para triunfar.
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