Hace treinta años que dos franceses, Pierre Accoce y Pierre Rentchnick, publicaron “Ces malades que nous gouvernent”, Esos enfermos que nos gobiernan, un libro en el que probaron que las enfermedades de los políticos influyen gravemente en sus acciones.
Durante los próximos días habrá ciudadanos que se preguntarán si han estado gobernados por un Pasqual Maragall con Alzheimer, enfermedad que ha confesado padecer desde hace algún tiempo.
Quienes conocen a este político, fundamental para la llegada de Rodríguez Zapatero a la Secretaría General del PSOE, no se atrevían a atribuir sus “maragalladas”, salidas de tono y caprichos pintorescos, a una enfermedad. Las creían debidas a su imaginación o a algunas alegrías en reuniones con amigos. Ahora quizás piensen en la dolencia.
Porque resulta que ese mal podría acompañarle desde muy antiguo sin que ni él ni los demás conocieran la raíz inspiradora de esas “maragalladas” que han rasgado indirectamente la Constitución.
El Estatuto de Cataluña, que debería ser declarado inconstitucional, fue una audaz “maragallada” que apoyó un agradecido ZP, auque maquillando algunas de sus propuestas más excéntricas.
Las concesiones de ese Estatuto envalentonaron a ETA y a los demás independentistas, y han deteriorado al Tribunal Constitucional.
Entre los casos narrados por los autores franceses sobre los políticos enfermos está el de los acuerdos de Yalta de 1945, cuando el enfermo presidente estadounidense, Franklin Delano Roosevelt, cedió ante Stalin casi todo lo que le pedía para acortar negociaciones, ahorrándose largos sufrimientos.
Los saharauis todavía sufren la mortal enfermedad de Franco en 1975: la debilidad del antes inflexible general le permitió al rey Hassan II de Marruecos lanzar su “Marcha Verde” para apropiarse del Sahara.
Lo cierto es que ahora, por querer satisfacer una “maragallada”, quizás enfermiza, la Constitución Española se tambalea.
Tal vez, las enfermedades de nuestros políticos son el espejo de las que sufren nuestros ciudadanos; si no fuera así, cómo aún se consienten los dislates de nuestros ministros y el afán destructor de nuestro presidente ZP. Alguna organización social ya tendría que habernos sacado a la calle para pedirle a Zapatero que deje de inventar la historia de nuestro país a su antojo, que estudie más y reflexione, que no insista en la ocultación selectiva de nuestro pasado, que no divida a los muertos de la guerra civil en 1ª y 2ª clase, que si no siente respecto por el país tal cual ha evolucionado, se retire y presida una ONG, por ejemplo: perversos sin fronteras. Pero que ya nos deje en paz.
Publicado por: Lila | martes, 23 octubre 2007 en 16:42