Cuando mataron al Ché en Bolivia en octubre del 67, hace ahora cuarenta años, millones de jóvenes juraron destruir el capitalismo, como parecía que hacían los hippies en California, o como intentaron siete meses después en Paris, Mayo del 68.
Aquella foto de Alberto Korda del Ché Guevara en 1960, con su melena como una envolvente aura pop, su boina con una estrella, y rostro tan viril, se convirtió en un símbolo de los jóvenes rebeldes. Todos lo exhibían.
En España también lo admiraban los franquistas. El Caudillo, como ahora Zapatero, ayudaba a Fidel y a aquel segundo, Ernesto. Quizás porque Fidel era nacionalista, casi gallego y antiyanqui. Franco recordaba el Maine, el Desastre del 98, aunque se aliaba con Washington por razones estratégicas.
Entre guerra y guerra el Ché pasaba por Madrid, donde le acompañaba su amigo, periodista estrella del diario Pueblo, Antonio D. Olano, quien escribió grandes reportajes sobre aquellas jornadas. Quizás esté haciendo ahora mismo algún resumen sobre el amor que le tenía a aquel Madrid del franquismo.
Era el mismo Ernesto médico humanista, asmático y fumador de puros, que poco después de la foto de Korda era ya, como él mismo se describió, “una fría y selectiva máquina de matar”.
Gozaba dirigiendo los piquetes de fusilamiento y pegando tiros de gracia en la prisión de La Cabaña, en La Habana.
Pero los jóvenes de octubre de 1967, cuando lo mataron, no creían que fuera así. Mentiras de los gusanos de Miami contra este héroe romántico, Cristo mártir que tras liberar Cuba luchaba en el Congo, Angola y Bolivia contra el imperialismo.
Mucho más tarde se probó que era cierto: era una máquina de matar. Sin entrañas ante el enemigo. A veces, ante el amigo.
Ya muerto, la “Nueva Trova” le dedicó tiernas de canciones de amor, algunas parecen gays, a él, que ejecutaba homosexuales con especial sadismo.
Ahora es objeto de consumo en millares de objetos, alimento del capitalismo. Un icono para las camisetas de lujo en las pasarelas de Frisco-Sausalito, Hollywood, París, y también Madrid.
Genial como siempre en su narración y sintetizando los años del Ché Guevara y el ambiente que lo rodeó, además de su personalidad sanguinaria que yo durante mucho tiempo creí que era humanitaria, tanto que me emocioó la película creo que se llamaba Diario de la motocicleta o parecido.
Quiero decirle que no he encontrado en Barcelona el libro de Miguel Higueras y va a traérmelo de Madrid una amiga mía la semana que viene. Ya le contaré a usted, al Sr Higueras y a todos.
Publicado por: Anna Castelló | jueves, 11 octubre 2007 en 01:06