El recientemente fallecido Francisco Umbral ocultaba que sus verdaderos apellidos eran los de su madre, Pérez Martínez: le avergonzaba no estar reconocido por su padre, cuando presumir de esa situación podía haberle aportado un halo de europeismo cosmopolita muy literario.
Europa está llena de hijos de soltera triunfadores, y hay zonas de España, como Galicia, en las que serlo era común. Rosalía de Castro era hija de sacerdote, como tantos antepasados de gallegos. El folclore le canta al cura llamándole señor tío, cuando es el padre.
Todos tenemos algún antepasado bastardo. La deshonra de la mujer, tan presente y obsesiva en la literatura española, no sigue la influencia romana ni la primera cristiana, sino la musulmana, tan celosa del honor familiar, de la sangre y de las genealogías que buscan limpidos orígenes en la familia del Profeta.
Aún así, a veces los bastardos no eran ocultados ni avergonzados. Uno de los grandes militares y diplomáticos españoles, don Juan de Austria, hijo de Carlos I y de una dama de Ratisbona, fue fiel servidor de su medio hermano, Felipe II.
Hasta el rey Alfonso XII era hijo del teniente Enrique Puig Moltó, y no del marido de Isabel II, el ambiguo Francisco de Asís.
Ahora, Zapatero amenaza con “modernizarnos definitivamente” si vuelve a ganar las elecciones. Cree que lo moderno es romper la porcelana y sustituirla por plástico. Como llamarle innecesaria y provocativamente matrimonio a los enlaces homosexuales, cuando iban a reconocerse a todos los efectos como uniones legales.
La verdadera modernización de España se produjo hace muchos años, cuando dejó de ser un deshonor ser hijo de soltera o análogo. Fue la europeización. Tras ella Umbral podría haberse presentado como Pérez Martinez, aunque su divisa literaria resultara, finalmente, mucho más simbólica.
Prefiero a Francisco Umbral como Umbral. Ese apellido tiene mucho de poético y es parte del personaje que él era y se había creado.
Publicado por: Butzer | martes, 11 septiembre 2007 en 18:47