Como las palabras transmiten los deseos e ideas de quienes las pronuncian, podemos estar seguros de que el actual Gobierno español está regido por personas que no necesitan trabajar porque confían su responsabilidad a la buena fortuna.
Si antiguamente todo político se ponía bajo el amparo de Dios, con el “Dios lo quiera” o “Si Dios quiere”, ahora se dice seriamente, como la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, que “debemos cruzar los dedos” para que el AVE Madrid-Barcelona funcione.
La ingeniería y la tecnología más avanzadas protegidas por los dedos cruzados y el toca madera. Una ministra seguidora de supersticiones, entregada a brujerías.
Cruzar los dedos, vudú, magia negra, y que no de-caiga el salero. No hace mucho tiempo que cualquier persona medianamente formada se avergonzaba si tenía que admitir que confiaba en echadoras de cartas, quiromantes o ensalmos. Ahora tenemos una clase política que evoca a los brujos sin rubor. Clase ignorante, irreflexiva, supersticiosa y medieval, aunque disimule presentándose como seguidora de Harry Potter.
Gobernantes entregados a la magia…, y esa no es su mayor debilidad. Es que son, además, apostadores compulsivos, ludópatas. “Yo apuesto por las negociaciones con ETA”, decía ZP. “Yo apuesto por Hugo Chávez”. Y reconoce que apuesta “por entrañas, con el corazón”, como ha dicho en una entrevista. Todo corazón, nada cabeza. Ni siquiera para apostar usa la cabeza.
Airea sin sonrojo que sus decisiones son apuestas. Loterías en política nacional e internacional. Luego, daña a víctimas del terrorismo, a ciudadanos e incluso a los intereses internacionales españoles. Porque no calcula las consecuencias de jugar alegremente las Apuestas del Estado como si la Hacienda fuera suya.
Juegan con nosotros, sí. Apuestan en nuestro nombre confiando en su baraka. Nos hacen perder, pero, personalmente, ellos siempre ganan.
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