Durante todo el franquismo el cine popularizó a un personaje llamado Xan das Bolas, un taimado gañán que se humillaba perrunamente ante las gentes sofisticadas, a las que envidiaba y odiaba.
El actor que representaba a Xan das Bolas, fallecido en 1977, exageraba su acento gallego para hacerlo risible, e indignaba a sus paisanos, ridiculizados masivamente con tal papel.
Casi todos los grupos humanos sufren a sus Xan das Bolas y a costa de ellos se hacen chistes insultantes de leperos, polacos, irlandeses, sicilianos, “white trash” de los Apalaches, o japoneses de Mizayaki.
Mientras nacía la democracia y desaparecía Xan das Bolas, parecía que cesaba la imagen de los gallegos garrulos, pero, no: Xan das Bolas está resucitando. En la vida real.
Aunque ahora le acompañan quienes no habían sido sometidos a una imagen parecida: Patxis vascos y Jordis catalanes, educados por la cerrazón creciente de su localismo regional.
Su problema no es un acento, sino el horizonte que les han enseñado a ver y que los vuelve aldeanos, acomplejados y resentidos con lo ajeno a su líquido amniótico territorial.
Están creando generaciones con numerosos jóvenes gallegos, vascos y catalanes que actúan como patanes asustados cuando se alejan de su ambiente.
Obviamente esto no le ocurre a todos los formados así: la gente más brillante supera con imaginación y talento esas inconveniencias formativas.
El problema le afecta a gente común que en las relaciones con lo distinto a su ambientillo se muestran pueblerinos, simplones, con ideas rústicas de ombligo, y frecuentemente cargadas de resentimiento contra el mundo exterior, que creen que los maltrata.
Son personas que habrían mejorado su destino si la cazurrería localista no las hubieran convertido en catetas e imitadoras del deplorable Xan das Bolas.
Pues qué quiere que añada, sr. Molares? Soy un andaluz que desde hace un puñado de años sube gozoso a Galicia en vacaciones, 'juyendo de la caló'. Podría seguir este comentario escribiendo como en esas cuatro palabras entrecomilladas.
Afortunadamente en mi tierra, grande, ancha y muy poblada sería imposible protocolizar un idioma, sobre todo escrito. El almeriense no habla como el cordobés, ni el gaditano como el granadino. Aclarado esto, es obligado decirle que leo con gusto el gallego, todo lo contrario que me ocurre al oirlo y que, después de bastantes años, a veces no me entero de nada. Es cierto que alguna gente mayor -ando ahora por la Mariña- no sabe expresarse casi en 'castelán', pero entre la juventud sí veo ese afán aldeanista de sentirse distintos.
Pero lo que me encocora -el respeto a quien pudiera leer esto me obliga a no escribirlo con jota- es el monolingüismo de los estamentos oficiales, al menos de los que dependen del voto. He comprado y vendido pisos y a ningún notario se le ha ocurrido darme una escritura en galego, pero si voy al Concello o al Sergas, me veo en la necesidad de preguntar a veces qué significa algo.
No sé si a usted o a otro gallego con sentido común le leí alguna vez que el tiempo que dedicaran a darle clases a sus hijos en galego, mejor lo empleasen en el inglés, que les será más útil al pasar de Piedrafita. Por desgracia, el sentido común no va sobrado por la vida.
Para colmo, la inmersión va a ocurrir ahora dando toda la enseñanza en galego. De seguir así, los jóvenes de dentro de diez, quince años, no serán capaces de redactar un mínimo escrito en el español que utilizamos tantos millones sin plantar numerosas faltas de ortografía. Claro que, gracias a los sms's y similares, la ortografía se está convirtiendo en una especie de fósil y caminaremos hacia una babel dentro de nuestro propio idioma.
Publicado por: perogrullo | lunes, 30 julio 2007 en 15:33