Todavía hay muchas personas que usaron calcetines hechos por sus madres, bebieron leche recién ordeñada y comieron verduras y frutas de una huerta cercana. Gentes que casi no contaminaban.
La transición desde aquél mundo hasta hoy ha sido rápida, sin que nos diéramos cuenta. Ahora estamos globalizados y cada uno de nosotros contamina el mundo.
Las sábanas con las que dormimos no son del hilo o de algodón vecinos, ni siquiera de Tarrasa, igual que las toallas. El jabón del baño, que frecuentementa se hacía con aceite casero filtrado, viene de Suecia o de Polonia.
La ropa puede ser de una marca nacional, pero está elaborada por malayos, marroquíes o tahilandeses, y contiene fibras de petróleo mexicano o saudí.
Las frutas del desayuno pueden ser ecuatotianas o nigerianas, incluso españolas. Sólo el café o el té tienen las lejanas procedencias de siempre. Hasta mucho cordero lechal es neozelandés.
Las máquinas de la cocina son tan extranjeras como españolas. Radio y televisión son asiáticas, y es posible que antes de llegar al mediodía haya tocado usted productos procedentes de veinte o treinta países distintos, incluyendo toda clase de vehículos públicos y privados.
Transportar todos esos bienes hasta su casa requirió aparatos contaminantes de transporte que vuelan, nadan o corren por la tierra echando humo con CO2. Igual que hacemos con nuestro propio trabajo, porque casi todos vivimos ahora de producir algún bien que consumen en otras partes.
Estamos globalizados. Todo lo que comemos, vestimos o usamos consume energía y contamina allá donde se fabrica.
Nos escandalizamos de lo descuidados que son, por ejemplo, en China, de donde salen buena parte de esos malos humos que, paradójicamente, hacen que vivamos mejor en esta sociedad globalizada.
Sí, estamos inevitablemente globalizados y todos, sin excepción, somos fábricas contaminantes, a la vez que todas las fábricas contaminan para servirnos.
Y por sus actividades, movimiento, viajes y acciones, los ecologistas consumen más combustible y echan más malos humos que nadie.
Tiene usted toda la razón, sobre todo en el último punto de los ecologistas que si solamente media docena son como dice ser el antiguos vicepresidente americano Al Gore destruyen el planeta en cuatro días.
Publicado por: Fábregas | jueves, 19 julio 2007 en 11:43