Dice la Academia que la dignidad es la gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse, y eso fue lo que mostraron hace ahora diez años José Antonio Ortega Lara, tras 532 días enterrado en vida, y Miguel Ángel Blanco, al que mataron como un insecto tras secuestrarlo y torturarlo.
Dignidad frente a los terroristas. Heroísmo, que es la cualidad de la persona famosa por sus hazañas y grandezas. Dignidad y heroicidad de sus familias. Virtudes valiosas que iniciaron el hoy traicionado Espíritu de Ermua, de donde era Blanco: orgullo, frente alta, gravedad y decoro.
Cualidades difíciles y envidiables. Quienes mueren así suelen ser gentes formadas para afrontar su final con honorabilidad. Pero lo admirable y extraordinario es que haya gente común cuya profesión no entraña el riesgo de muerte provocada por otros, y que se comporta como los héroes forjados para serlo.
Fue el caso de Miguel Ángel Blanco y de Ortega Lara. El primero acabó asesinado, y el segundo sobrevivió dispuesto a hacer un último esfuerzo de grandeza: dejarse morir introduciéndose por la nariz, papelillos escritos que ayudarían a descubrir a sus asesinos.
Ahora se cumplen diez años del sacrificio de Blanco tras la liberación de Ortega Lara bajo unas máquinas que nadie habría movido si no hubiera sido por la intuición de un guardia civil. Agonizaría lentamente durante muchos días y sus restos acabarían momificados.
ETA habría desaparecido hace diez años si tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco hubieran durado algo más la indignación y la ira que nacieron entonces en Ermua.
Aquellos días hubo un estallido de dignidad que no volverá a repetirse porque el espíritu actual es su antítesis: pactista, mentiroso, flácido, vacuno y degradantemente apático.
Maravilloso comentario... no podría estar más tristemente de acuerdo.
Publicado por: Gaspar Payá | miércoles, 11 julio 2007 en 23:29