Entre las grandes ambiciones de los nacionalismos catalán y vasco, algo menos el gallego, está la de disponer de selecciones deportivas para humillar a sus equivalentes españolas derrotándolas sin piedad.
La necesidad de matar al padre, diría Freud. En Venezuela una selección vasca de fútbol reclamaba su independencia y reconocimiento, y en el centro de Siberia la selección catalana de fútbol-sala, sostenida con dinero de la Generalitat, triunfaba en un “torneo internacional” sobre otra española sin apoyo ni reconocimiento oficial.
El seleccionador catalán, Joan Antoni Fernández, charnego vuelto nacionalista, aseguraba a su vuelta a Barcelona que sintió “un plus de emotividad” al oír “el himno nacional de Catalunya, Els Segadors”, enfrentándose al español.
Todo deporte de competición es una pequeña guerra. Entre barrios o ciudades, y entre países cuando se trata de selecciones nacionales. España hoy no tiene contenciosos con Francia o con el Reino Unido, y aún así siempre hay quien desea vengarse nuevamente de Napoleón o cambiar la suerte de la Invencible.
La guerra civil que destruyó legal y humanamente Yugoslavia comenzó con rivalidades deportivas entre grupos étnicos y religiosos en pistas de baloncesto como las de Zagreb.
Aquella conflagración en la que hubo genocidios, fusilamientos masivos, violaciones y toda clase de brutalidades fue procedida por inocentes incitaciones a ensalzar lo propio agraviando lo yugoslavo, despertando así odios y rivalidades.
Y en las regiones españolas en las que se enseña obsesivamente que hay un conflicto latente entre ellas y España es sumamente fácil hacer que ardan pasiones. Todo comienza quemando banderas por ambas partes.
En España no se da la diferencia religiosa o étnica yugoslava, aunque los sabinianos evoquen errehaches. El elemento diferencial que se explota es el idioma. Algo utilitario y sencillo que puede impulsar el mal.
Tengo la desgracia de tener que volver a darle la razón. Aquí este sentimiento de enfrentamiento que se nota en mucha gente joven es demasiado.
Publicado por: Anna Castelló | miércoles, 27 junio 2007 en 23:50