Lo políticamente correcto exige que cuando denunciamos el violento fanatismo que se expande por amplias áreas del islam equilibremos la acusación recordando que en el cristianismo también hay fanáticos.
Así podemos presentamos como ecuánimes para apaciguar a los islamistas, cuyos crímenes recientes ya sufrimos en España, y crecen aceleradamente en el Magreb.
Encontramos la proporción con sucesos como el de un fanático cristiano de Florida que puso una bomba en una clínica abortista y mató a un médico. También evocamos la Inquisición de hace varios siglos.
No son violencias equiparables. Los locos cristianos no explosionan trenes en nombre de Jesús, ni asesinan niños volándose en escuelas. Tampoco ponen bombas en las iglesias de otros cristianos, como hacen los islamistas en las mezquitas que odian.
Ni reclaman territorios como al-Andalus para imponer la sanguinaria dictadura de la sharía, bárbara ley religiosa árabe vigente desde la Edad Media.
El problema del mundo occidental, configurado por Grecia, el Derecho Romano, la Ilustración y el judeocristianismo, es que lleva consigo el germen autodestructivo de lo políticamente correcto.
Cuando Jesús invita a que quien esté sin pecado tire la primera piedra contra una prostituta señala que, como todos cometen yerros, todos deben ser perdonados.
Eso es relativismo: todos somos iguales y tenemos que comprender a los pecadores. Por extensión, a los delincuentes y a los terroristas. Misericordia transmitida a los actuales Estados laicos occidentales.
Así que para no tirar la primera piedra aceptamos que nuestra cultura judeocristiana es tan maligna como el islamismo.
Pero para el islam no somos iguales, y usa la lapidación porque matar para castigar al pecador es un mérito que Alá premia con el Paraíso.
Así que mientras los fanáticos islamistas nos apedrean, nosotros, laicos cristianos políticamente correctos, nos atribuimos sus culpas.
En cierto modo es la misma actitud de muchos españoles respecto a los nacionalistas excluyentes.
Yo no tengo complejo de culpabilidad alguna, ni soy creyente ni nacionalista español. Mi experiencia me dicta que es una pérdida de tiempo el diálogo con ellos, y que sólo cabe el enfrentamiento ideológico, desenmascarándolos y señalándolos.
Toda aquella ideología o creencia que niega/minimiza a la persona ha de ser combatida sin ambages mientras no rectifiquen o sean derrotadas. Es una batalla inacabable, me temo, tal es la condición humana.
Nota: insisto, debieras cuidar más la edición. Cachis, al darle a la vista previa se ha perdido la de mi comentario!
- Un saludo -
Publicado por: maty | miércoles, 18 abril 2007 en 00:57