Abdalá Abd al-Aziz, el rey de Arabia Saudita, quizás pase a la historia por ser el primer líder de los 22 países de la Liga Árabe que admite su propia culpabilidad en el desastre social de esas naciones, aunque acuse seguidamente también a EE.UU., Israel y al mundo occidental.
Hasta ahora occidente y el imperialismo estadounidense, socios de Arabia, eran los culpables, con Israel, del hambre de millones de niños en las calles de Marrakech o El Cairo, de los asesinatos y violaciones en Darfur, o de la corrupción generalizada en su cultura. Todo ello, sumando además la situación de Irak, provocada por la guerra iniciada con la invasión angloamericana.
Es novedoso que un rey medieval se atribuya parcialmente el origen de un desastre, y que lo haga desde un palacio repujado con toneladas de oro en Riad, capital del primer productor mundial de petróleo.
Pero ni Abdalá ni los otros mandatarios evocaron las razones fundamentales de la pobreza de sus pueblos, que se describen en los informes regulares de la ONU sobre el desarrollo humano.
Cualquier análisis descubre que son consecuencia natural de la religión dominante, la islámica: déficit de libertad, mujer oprimida, y poco aprecio por los conocimientos y capacidades humanas.
Como el hombre es esclavo absoluto de Alá, pocos se atreven a contravenir sus absolutistas leyes ni la vigilancia de los fundamentalistas que las imponen.
Las mujeres, frecuentemente varias por hombre, se mantienen mayoritariamente analfabetas, criando hijos con su misma ignorancia.
Y como el islam es perfecto y cualquier pensamiento ajeno es inferior, los conocimientos y hábitos exteriores son despreciables, pecaminosos: menos para las élites, naturalmente.
Veremos si la suave y primera autocrítica de Abdalá abre un camino que lleve a escuchar allí la voz de la razón.
Ningún estado moderno, que se precie y considere que está a la altura del resto de estados, puede permitirse la villanía de inutilizar, como mínimo, el 50% de la fuerza de trabajo, sabiendo que en esos estados tribales la mujer desempeña una labor muy superior a la de los hombres. El islám caerá por su propio peso o por el sentido común, aunque antes costará millones, muchos millones de víctimas.
Publicado por: iojanan | lunes, 02 abril 2007 en 04:09