Don Quijote, repetiría “con la iglesia hemos topado, Sancho”, tras saber que el Bloque Nacionalista Gallego, BNG, le ha exigido al Parlamento que la Real Academia Española retire del Diccionario las definiciones peyorativas dedicadas a los gallegos.
Este cronista es uno de ellos. En El Salvador sería tartamudo y tonto en alguna parte de Costa Rica. Estuvo en ambos lugares y nunca usaron con él esos apelativos tan pintorescos, incluso graciosos.
El cronista podría ser selenita y no gallego, o el famoso gallego que llegó a la Luna. O bantú, esquimal, nepalí o de la Galitzia polaca, cuyos nativos son víctimas de tópicos y de bromas verdaderamente crueles. ¿Y qué?
Todos somos de donde nos nacen y afortunadamente elegimos nuestro destino después. Incluso podemos optar por ser tontos y tartamudos. Y sentirnos unidos a nuestros orígenes y también odiarlos. EE.UU. no existiría si muchos de sus pioneros no hubieran renunciado a recordar los países donde nacieron.
Este cronista no prescinde del suyo, pero tampoco cree que le insulte cualquier localismo o que deba enorgullecerse porque en Cuba y Argentina ser gallego represente ser de toda España, porque es sinónimo de español.
Y no se le sube la bilirrubina porque en Seattle, estado de Washington, gallego significa listo y de lengua fácil porque hubo uno famoso por allí que era así.
O en la universidad de Pekín, donde a todos los que hablaban español les llamaban Galledos, porque el gallego Pepe Castedo era su gran profesor de español y de marxismo en tiempos de Mao, y quien además escribió la mitad de los discursos y de los poemas del Gran Timonel.
Nadie debería protestar contra los tópicos sustantivados que podrían o incluso deberían aparecer en el Diccionario: madrileño chulo, catalán roñoso, vasco fanfarrón, andaluz vago o canario lento.
La Real Academia no valora: registra lo que dice la gente. Incorpora palabras y significados. Trabajo valiosísimo: cada acepción del Diccionario enseña más psicología y sociología que muchas asignaturas en esas carreras universitarias.
Llegados aquí, este cronista sabe que los académicos mantendrán inamovibles sus definiciones, mientras se demuestra que hay políticos con tanta tontez tartamuda que desconocen que el Parlamento, institución llena de muy dignos ágrafos, no puede regular la gramática.
Ni siquiera saben los coitados que los académicos rechazaron las exigencias de Franco, otro tartamudo gallego tonto, cuando pretendía imponer otros académicos a su gusto y llenar de fieles los sillones vacíos de los exiliados tras la guerra. Naturalmente, también quería cambiar el Diccionario.
Es que estos nacionalistas de una superficie geográfica o de otra mayor son muy suyos…
Esta bien reirse de uno mismo como ha hecho usted, algo que los catalanes tenemos que aprender tambien porque nos tomamos muy en serio. Yo misma me siento herida cuando dicen algo peyorrativo sobre mi tierra y debería reírme como hago de mis vecinos aragoneses que son tercos como mulas y en este caso el tópico es verdad.
Publicado por: Anna Castelló | sábado, 31 marzo 2007 en 10:35