Álvaro Iglesias es un joven de apariencia agradable. Inspira confianza. Tenía una tienda de informática en Murcia y se anunciaba como cuidador de niños: así consiguió trabajos que le permitieron sodomizar a ocho de ellos, de entre uno y seis años de edad.
Distribuía imágenes de sus crímenes por internet con el seudónimo de Nanysex . Fue detenido con tres cómplices. Se les juzga ahora.
Aunque violó, no es aplicable esa calificación legal. Sólo agredió sexualmente, delito inferior para el Código Penal que se le aplicará, el de 1995, elaborado durante el último gobierno de Felipe González.
Es curioso como cambian estos códigos: el anterior, de 1973, representaba el final de un franquismo tan seguro de sí que redimía fácilmente las penas trabajando en cualquier cosa: por eso, escribiendo dos libros los 2.500 años de condena del multiasesino De Juana Chaos quedaron en 18.
Este código, en su artículo 429 relativo a delitos sexuales consideraba violación: 1.- cuando se usare fuerza o intimidación; 2.- cuando la víctima se hallare privada de sentido o cuando se abusare de enajenación; y, 3.- cuando fuere menor de 12 años cumplidos, aunque no concurriere ninguna de las circunstancias anteriores.
Con esa ley Nanysex y sus compinches serían condenados como violadores. Pero no con el Código de 1995, cuyo artículo 178 sólo considera violador a quien “atentare contra la libertad sexual de otra persona con violencia o intimidación”.
Como los bebés no son sodomizados con violencia o con intimidación, el fiscal ya no puede pedir para los pederastas las penas correspondientes a ese delito.
Preguntémonos: ¿los letrados de las Cortes de 1995 estaban técnicamente menos preparados que los de 1973 para no advertirle del error a los diputados?; ¿por qué se redujeron los supuestos de pedofilia en 1995, justo cuando aumentaban?
Por último: ¿había pederastas entre los legisladores?
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LECTURA RECOMENDADA
Artículo publicado hoy en El País
ANTONIO ELORZA
Terror y fantasía
El tercer aniversario del 11-M ha discurrido con menos sosiego que el precedente: ahí están las noticias de que las soflamas de Al-Zawahiri apuntan a España y los rigurosos informes policiales. Hasta hace pocos meses, los medios de comunicación fieles al discurso oficial repicaban una y otra vez en honor de la Alianza de Civilizaciones y desoían las reflexiones que avisaban acerca del riesgo. Lo políticamente correcto, y de inserción obligada, era la denuncia de una "islamofobia" aireada en unos informes europeos cuyo contenido venía precisamente a poner en tela de juicio, por lo menos en cuanto a España, la hipótesis pesimista.
Ahora las alarmas han saltado, descorriendo una vez más la cortina que trata de impedir la visión del terrorismo islámico, acudiendo al recurso intelectualmente fraudulento a la opresión económica o a la guerra de Irak. Para muchos ambas serían, con la cuestión palestina, las verdaderas motivaciones de una agresividad convertida en causa justa, al apuntar como blancos de los atentados a los países de Bush, Aznar y Blair, los únicos malos con Israel de esta película. Muy pronto, sin embargo, el episodio de Leganés vino a probar a tales progresistas a la violeta que el terror mantenía sus planes de destrucción con Zapatero vencedor y la inminente salida de las tropas españolas de Irak. Hubiera sido lógico detenerse entonces a leer los comunicados, informarse acerca de las raíces y de los planteamientos doctrinales de Al Qaeda, y a continuación, preguntarse por los mecanismos y las solidaridades que favorecieron la gestación del acto terrorista. En una palabra, de cara al futuro, más allá de la imprescindible labor policial especializada, dar con los medios para segar la hierba bajo los pies de aquellos islamistas radicales que intentan, no sólo preparar atentados o enviar voluntarios a Irak, sino crear una mentalidad de incomprensión y odio entre los creyentes, respecto de los valores de nuestra sociedad. Habida cuenta además que en estos últimos años la invasión de Irak les proporciona una base inmejorable para difundir, sirviéndose de una lectura parcial del Corán, una imagen de insuperable dualismo entre su comunidad y Occidente.
Recapitulemos. El terrorismo islamista surge como consecuencia de un rechazo cada vez más agudo por parte de sectores influyentes de la sociedad musulmana, frente a un proceso de cambio -opresión colonial o neocolonial en el caso de Egipto, enriquecimiento por el petróleo en la tradicional Arabia Saudí-, que a juicio de los mismos lleva consigo el riesgo de occidentalización, con el conflicto palestino a modo de factor de legitimación. Se trata de un rechazo basado en la diferencia insalvable entre el creyente y el infiel, entre la religiosidad verdadera de la umma y la yahiliyya, la ignorancia asociada a la depravación de nuestras sociedades, comparable a la de los paganos mequíes en tiempos del Profeta, y que como entonces ha de resolverse por medio de la yihad, el esfuerzo bélico individual y colectivo por la causa de Alá. Los medios no importan con tal de alcanzar el fin, y dada la inferioridad de los recursos militares, el terrorismo se convierte en instrumento indispensable, sin que importen el número ni la condición de las víctimas. "Son de ellos", explica el hadiz. El mundo se divide en dos partes, la tierra del islam, que debería comprender los países perdidos en el pasado (caso de Al-Andalus) y el territorio de guerra, de los nuevos Cruzados. No hay matices ni sirve de nada la Alianza de Civilizaciones. Quien colabore en la ocupación de Afganistán es tan digno de ser atacado como los invasores de Irak. Ceuta y Melilla son dar al-islam lo mismo que Chechenia. No entenderlo y/o negarse a explicarlo a los ciudadanos españoles, cae de lleno en una grave responsabilidad por ignorancia voluntaria.
De ahí el componente de amnesia en la reciente conmemoración del 11-M. Silencio total en la información sobre Al Qaeda, salvo en el plano policial. En el monumento a las víctimas, hermoso a mi juicio, una frase dice algo parecido a que "la fantasía permite superar la realidad", como si se tratara de un anuncio de Disneylandia y no existiera la necesidad de que los ciudadanos, incluidos los dirigentes del PP, tomasen serenamente conciencia del significado del terror.
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Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política de la Complutense y especialista en islam.
Que dura es la verdad.
Publicado por: Bernardo | lunes, 19 marzo 2007 en 08:42