Lo que está ocurriendo con Hugo Chávez en Venezuela es un “déjà vu”, esa expresión francesa que va más allá del “estaba visto”, y que debe acompañarse del “tenía que ocurrir”, porque antes se vivió lo mismo en Cuba y en Chile.
Comienza razonándose así: la propiedad está mal repartida y las tierras y los bienes productivos están controlados por explotadores.
Para librarse de ellos Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao o Fidel se propusieron hacer revoluciones, y los que pudieron las llevaron adelante.
El secreto era sencillo: repartir la riqueza. Chávez tiene una ventaja: sus enormes ingresos por el petróleo que permiten donarle soldadas, llamadas “misiones”, a la gente más pobre para hacerla feliz sin trabajar.
Todo parece racional: hay industrias y fincas que producen gran cantidad de productos. Pues que el pueblo las invada. O amenazamos con ocuparlas para asustar a los explotadores.
Mientras, se crea una burocracia administrativa, fuerzas populares contundentes y se persigue el capital para que no se vaya alegremente.
De golpe, quienes sustituyen a los capitalistas se muestran incompetentes y corruptos. La producción cae. Los precios suben, especialmente los de los alimentos.
Los intermediarios, los supermercados y toda la estructura comercial comienzan a fallar, y el tendero que antes ganaba diez, en esta situación insegura, quiere veinte porque cree que todo va a terminar mal y hay que aumentar el beneficio mientras se pueda.
Como respuesta, Chávez amenaza con nacionalizar las tiendas para tenerlas bajo control. Para ello enviará a más corruptos e incompetentes a dirigir la actividad.
Déjà vu: saben repartir riqueza, pero no crearla. En Cuba, la desgracia continúa. En Chile, los militares masacraron la experiencia de Allende.
Venezuela, como Chávez es militar, podría terminar siendo una mezcla sanguinolenta de Fidel y Pinochet.
EL CLUB DE LOS PROGRES MUERTOS
Confundir lo progre con lo progresista es como confundir la amigdalitis con las amígdalas, o lo que es igual, una inflamación patológica e incluso infecciosa de un tejido con el tejido mismo. Por eso me gustaría denunciar la tendencia que surge desde posiciones conservadoras a criticar a lo progre, los progres y las andanzas intelectualoides progres bajo la misma dialéctica de crítica al progresismo, crítica perfectamente respetable pero que uno no comparte.
A mi juicio, precisamente desde el auténtico progresismo, el nacido con la Ilustración, la Modernidad, la Democracia Liberal y los Derechos Universales del Hombre es como se puede y se debe criticar su perversión, su corrupción y su fermentación en esa tendencia izquierdista que denominamos progresía.
Porque los progres son ante todo sectarios; conciben su ideología como un club privado, una religión jerarquizada, una secta, donde la estética, la ética y la política están predeterminadas y no se puede osar discrepar de lo políticamente correcto para la "santa madre iglesia progre".
La degeneración de la izquierda la vimos desde el principio de la Modernidad, con la Revolución Francesa. Para acabar con el Antiguo Régimen, con el Absolutismo, con la Iglesia inquisitorial, se alzaba la Razón, la Ciencia, la Crítica, el Escepticismo, la Libertad individual, la Persona. Pero pronto los políticos revolucionarios se inclinaron hacia el exceso y el extremismo, cayendo en el mismo error que combatían. El incorruptible, contrario a la pena de muerte y promonárquico parlamentario Robespierre acabó siendo el líder de un régimen corrupto, criminal y republicano, convirtiendo la Razón en otro dios, en este caso una diosa, y haciendo de su ideología una secta aún más inquisitorial que la Iglesia de entonces.
Sería ocioso por sabido denunciar la segunda gran corrupción de la izquierda, la marxista, que en nombre de la lucha contra la explotación del hombre por el hombre acabó en una inmensa pléyade de regímenes comunistas donde la tiranía, el crimen y la corrupción alcanzó el triste record de cien millones de muertos. Pero no resulta ocioso denunciar que los progres europeos del Siglo XX pertenecientes a partidos democráticos nunca denunciaron el Gulag o lo hicieron con la boca pequeña, lo que ahora sucede también respecto a las dictaduras castrista, chavista, evista, etc y sus aliados los teócratas y sátrapas islamistas.
Los progres forman un rebaño donde la discrepancia y la disidencia se paga con la expulsión del cálido establo con pienso asegurado. Con la expulsión del club privado. Lo realmente progresista es escéptico, crítico e individualista, liberal hasta la extenuación, pero los progres en seguida anatemizan al disidente, al que se atreve a pensar por sí mismo, expulsándolo inmediatamente del "paraíso progre" con calificativos como conservador, reaccionario, neoliberal y en el caso más atrevido hasta facha.
Como dice Juan Antonio Rivera, entre el lodazal de la progresía y la ciénaga de la carcundia existe una sólida y amplia senda intelectual: el liberalismo igualitarista y fraternalista. El liberalismo emancipador y librepensador, la defensa de la persona frente a las iglesias, las sectas, los rebaños, los clubes.
Por esta senda liberal deambulan muchos, procedentes de distintas experiencias vitales. Unos se sienten más conservadores y otros nos sentimos más progresistas, progresistas a fuer de liberales. Los que reivindicamos la izquierda, aunque seamos una minoría en ese lado del arco ideológico donde abundan los progres trasnochados, hemos de decir como el autor antes citado que estamos orgullosos de haber despertado de la hipnosis progre que padecimos en nuestra juventud -por otro lado oscura y estéril por la opresión de la dictadura franquista-, de haber resucitado a la vida y al libre pensamiento, y de haber abandonado el "club de los progres muertos".
Salud, ciudadanos.
Publicado por: El Capitán Trueno | sábado, 24 febrero 2007 en 13:56