Los gobiernos invaden nuestra intimidad asegurando que es para mejorarnos la salud y por eso le prohíben fumar a quien lo hace, y quieren impedir la publicidad de unas hamburguesas gigantes que no tienen más calorías que un chuletón con patatas fritas, un gran cocido o una copiosa fabada.
Se trata de que nadie goce con lo que desee. En lugar de aconsejar sobre buenos hábitos alimentarios, la ministra de Sanidad, Elena Salgado, abandera prohibiciones de publicidad que, en realidad, recuerdan órdenes de ayunos preconciliares adaptados al laicismo dominante.
Salgado usa la ideología como teología, y la dietética como dogma. Un puritanismo que le hace una maravillosa campaña publicitaria a las hamburguesas: dan ganas de pecar comiéndolas.
Estos políticos, tras recibir nuestros votos, generalmente de pobreza, nos vuelven místicos haciéndonos pasar hambre con impuestos y prohibiciones, mientras sus sacerdotes-dirigentes, ellos sí, comen y gozan como antiguos clérigos en su rectoral.
Cuánta hambre pasaron los españoles durante muchos siglos. Si la genética tuviera memoria histórica sentirían apetitos insaciables. Afortunadamente, tal memoria es una falacia.
Y ahora que, por fin, pueden ingerir algo más, aunque las hamburguesas no sean solomillos, en nombre de la salud quieren quitarles sus pequeños placeres.
Prueba del nueve: la ministra de Sanidad no saldrá a proclamar las bondades del vino tinto, que tiene un componente asombroso, llamado resveratrol, bueno para el corazón, anticanceroso y que retrasa el envejecimiento.
No, claro que no. Puritanismo, misticismo, ayuno y abstinencia. Nos desea místicos como ella y como la vicepresidenta, que parecen anoréxicas.
El buen tinto es medicina. Lo descubrieron los científicos del Instituto de Genética y Biología Molecular y Celular de Illkirch, Francia.
A ellos les debemos admiración, y en su honor podemos comulgar laicamente con una hamburguesa gigante y todo el tintorro que demande.
Pese a la distancia nuestra dirigencia política tiene semejanzas en esta suerte de paternalismos protectores. Claro que aún no han cargado contra las hamburguesas, tal vez por el riesgo de someterse a una rebelión inédita, pero sí pretenden obligar a los bistrós a exhibir -y por supuesto a elaborar- un menú light, diet, bajo en calorías y con cero colesterol, uno de los proyectos más recientes en la legislatura de Buenos Aires.
Vaya uno a saber lo que pasa por la cabeza de nuestros anoréxicos representantes -si es que realmente nos representan- cuando intentan preservar la salud de quienes, pasados en kilos, van dejando su integridad debajo del mantel a cambio de los placeres pecaminosos de grasas, fritos, embutidos y alcoholes.
Como si uno no fuera capaz de cuidarse a si mismo, estas circunstancias son harto indignantes por la subestima que suponen. Tengo la intuición de que esta corriente paternalista es global y, en todo caso, para nada casual. Tal vez lo que se intenta con este tan peculiar modo de "protegernos" es socavar voluntades y conducirnos como si fuéramos ganado con silueta de manequí.
Modestia aparte, discrepo en el gusto por la hamburguesa acompañada con el tintorro; a mi me sabe mejor con una cola light, y en esto nada tiene que ver nuestro Ministro de Salud Pública, aclaro. El tinto lo dejo para un buen cocido, mal que les pese a los puristas.
Publicado por: Hang Tucker | viernes, 08 diciembre 2006 en 04:43