Doña Pilar de Borbón, hermana mayor del Rey, se fijó en quienes retrataban a la familia real cuando se anunciaba el segundo embarazo de la Princesa de Asturias, y expresó su admiración porque aquellos fotógrafos iban bien vestidos.
La oyeron fuera de su círculo, lo que humilló a la clase periodística dedicada al cotilleo, esa que corre de un sitio al otro. “A ver si posan de una vez los Príncipes, que tengo que ir a por Rociíto”.
Antes, los profesionales competían en elegancia con sus retratados, aunque unos pocos no eran como la mayoría de entonces.
Este cronista se presentaba durante algunos años, en el extranjero y en España, con largas melenas y barbas, y una guerrera regalada por un guerrillero del Vietcong. Era una proclama antiburguesa, precisamente, pour épater le bourgeois: típico producto de la época hippy de Sausalito y el 68 francés.
Ahora es la mayoría la que viste desastradamente tratando de imitar, aunque con mayores olores corporales, a algún rebelde de los años 1960-1980. Es cómodo, pero produce una imagen general mugrienta, de abandono y de suciedad.
Antes, el cronista era la gota cutre en un mar de gente atildada, ahora esa mar es cutre y la excepción es quien viste, simplemente, limpio, como si la gente propendiera a la degradación general, incluso higiénica.
Además, no hay rebeldía en estos burgueses que desprecian la estética y el buen gusto. Observe usted a los actores con camisetas sudadas en los premios Goya, el feísmo urbanístico, la creciente mala educación, el lenguaje pobre y soez, las basuras por todas partes, el desprecio a las buenas formas, identificadas instintivamente con el fascismo.
Otras gentes cultivan la belleza: cualquier encuentro o ceremonia, las casas y calles inmaculadas. La cutrez común en España es excepcional en otros países europeos.
Es que no nos tenemos autoestima, nos detestamos a nosotros mismos, como si deseáramos volver, cuanto antes, al tercer mundo.
Razón no le falta. La tiene toda y en su justo término, al menos, con este magnífico post que acabo de leer. No pretendo yo enmendarle la plana, pero voy a sumarme a ella de escasa forma: Estos chicos del botellón que tanto beben, -no los que simplemente destrozan-, no se quieren, sencillamente.
Esa misma mugre de la que habla los suele detestar señalándolos con el dedo porque les sobra falange en el reverso de la mano: La falange de adjudicarles lo que ellos son: Detestables para ellos mismos e inoperantes.
Nuestros jóvenes son consumistas, y así se ven: eso lo dicen todos los sociólogos, y así responden ellos detestándose.
Hay otros "jóvenes" que -habiéndose enfundado la camiseta del Che- perecen de viejos de la forma peor: La del espíritu que negándose a percibir su propio odio señala ennegrecido la supuesta vejez del contrario. El contrario es cualquier generación que les pueda robar lo que a buen recaudo ellos guardan: Una inoperante supervivencia. Nuestros artistas tan sólo son un ejemplo.
Y he dicho "nuestros", si bien sus vidas, ni me corresponden a mí, ni -lo que es peor- les corresponde a ellos... A quien sólo busca sobrevivir tan sólo le puede corresponder su propio miedo, y, por tanto, el refugio en la manada, como usted bien indicaba el otro día.
Publicado por: | martes, 10 octubre 2006 en 01:25