Quienes van a por su ración de droga a Las Barranquillas, un poblado chabolista madrileño, oían hasta hace poco tiempo una voz débil y llorosa que salía desde unos harapos malolientes: “Cátame, cátame, que fui Miss y soy modelo de alta costura. Dame caballo y puedes catarme”.
Tenía veintisiete años. “Cátame” le llamaban los demás yanquis. Pero hasta para los más acabados “estaba inservible”.
Hacía cuatro años que la chica había triunfado en un importante concurso de misses, y menos aún de cuando desfilaba para modistos españoles, y alguna vez de Londres y Milán.
Había acuñado un lema: “Para triunfar, déjate catar”. La cataron fotógrafos, realizadores de televisión, maquilladoras y quienes pululan por los casting y pases de modas: un fotógrafo le dio coca, otra modelo la primera heroína.
La coca quita el hambre, la heroína es placentera. En la última Pasarela Cibeles la habrían rechazado por excesivamente delgada si se hubiera presentado como en sus, aparentemente, mejores momentos.
Cayó rápido, dejándose catar para catar en vena. Se despeñó por la chabola de un patriarca que tomó en exclusiva a aquella chica para sus dos hijos sidosos. Cuando falleció el último, el patriarca la echó y le negó el caballo.
Seguía oyéndose la voz cuando una mujer aún joven, de digna presencia, entró en la chabola donde venden el mejor caballo. Pagó ocho dosis. Las más puras. Luego, fue hacia el bulto, que seguía con su mantra, “Cátame, cátame”.
“Mamá, no deberías estar aquí”, dijo la chica con su boca desdentada, tapándose más para ocultar su casi cadáver.
Abatida, la mujer vio como la chica se pinchaba aquella gran dosis, la mejor de su vida..Y tras unos débiles estertores, “Cátame” moría en sus brazos, en posición fetal.
Triste historia humana, que nos debería hacer reflexionar si no metemos demasiada presión a nuestros jóvenes para coseguir el triunfo a cualquier precio.
Publicado por: Frank | domingo, 01 octubre 2006 en 22:17