Observe el vacío que se forma alrededor de un punky con cresta cherokee y el cuerpo agujereado con hierros y cadenas, cómo se huye de los ruidosos monjes Hare Krishna o el silencio que envuelve a una monja de campanudos hábitos o a un sacerdote con sotana.
Porque son distintos del común de los ciudadanos, aunque no por causas naturales, sino porque han decidido proclamarse diferentes. Por lo que no pueden quejarse ni del vacío, ni del silencio que provocan.
El exministro y líder laborista británico, Jack Straw, parlamentario de Blackburn, cerca de Manchester, Queensbury y Leeds, ha dicho que las mujeres musulmanas deberían renunciar a cubrirse la cara para poder mejorar las relaciones con el resto de la sociedad.
Y las organizaciones islámicas británicas, incluso las moderadas, se han lanzado contra Straw llamándole xenófobo.
¿Xenofobo? Vaya usted de compras por la circunscripción de Straw y verá numerosas trabajadoras que son bultos negros con una ranura para los ojos.
Las leyes protegen a esas mujeres que, para desconcierto y ruina de quienes las contrataron sin velos, aparecen embozadas un día y exigen vestir así porque es su opción religiosa. Hay espectrales cajeras que parecen atracadoras.
Xenófobo y sectario es imponer esos agresivos disfraces faciales, ocultarse, y denunciar como intransigente a los que se alejan de quienes se tapan así.
En 1766 los delincuentes madrileños se levantaron contra Esquilache, secretario de Carlos III, porque ordenó sustituir las capas largas y los chambergos, grandes sombreros de ala ancha, por capas cortas y sombrero de tres picos, tricornio.
Bajo aquellos aditamentos, menos cerrados que los islámicos, se ocultaban armas y malas intenciones. Ordenar reducirlos provocó un motín entre quienes los usaban para cometer tropelías.
La España intolerante y negra no era la del ilustrado Esquilache, sino la de los embozados.
Muy bien, si señor. Yo conozco la zona de referencia y es verdad que las cajeras de algunas tiendas parecen atracadores. La mayo´ría de esas mujeres en Inglaterra no son norteafricanas, que no se tapan la cara. Son de países como Arabia Saudita o Pakistán, que se cubren mucho más y sólo dejan ver los ojos. Cuando estuve allí se discutía si en las foptos para el carné de conducir podían aparecer embozadas, como dice Molares, o tenían que descubrir la cara. Los líderes islámicos que llaman moderados también exigían que fueran cubiertas. Nos invade la tolerancia, más que a una religión, al tercer mundo que se apodera de nosotros. En esta línea la crónica anterior que hablaba de nuestra falta de autoestima hace que aceptemos todas las formas de degradación, incluida la de esta gente tapada por la indignidad de su (?) cultura y creencias.
Publicado por: Carles | miércoles, 11 octubre 2006 en 11:58