Un día la hija del cronista, que tenía entonces cuatro años, llegó a nuestra casa de Pekín emocionada porque ya sabía una canción que entonaban los niños en su colegio chino. Pidió una fotografía de Mao Zedong, muerto hacía pocos años, y Chen Chimin, el intérprete, sacó una de su cartera.
La niña la puso sobre el corazón y comenzó a bailar, cantando en mandarín: “Querido presidente Mao, cuánto te debemos los niños chinos, y por eso te querremos eternamente, tú eres la luz de la infancia, el gran timonel que hace grande China, mejor que a todos los emperadores, viva la Revolución, querido presidente Mao”.
Pepe Castedo, profesor de español exiliado en Pekín, autor de numerosos textos del Libro Rojo firmados por Mao y guerrillero ferrolano que quiso matar a su paisano Franco, comentó: “Ahora mismo hay muchos niños chinos haciendo lo mismo”. Chen Chimin matizó: “Cientos de millones”
Para los extranjeros, aquellos tiempos quedaron en el pasado. No para los nativos. Desde hace medio siglo casi toda la población del país se somete a ese y a otros ritos obsesivos de culto a la personalidad hacia este hombre terrible, cuyas órdenes provocaron matanzas de quizás setenta millones de personas, según el colosal libro de Jung Chang y Jon Halliday, “Mao. La historia desconocida” (Taurus).
Acaban de cumplirse treinta años del fallecimiento de Mao Zedong. Pocos chinos niegan su crueldad, su brutalidad, su ignorancia de la economía, su egoísmo, su promiscuidad, su suciedad física, sus traiciones, sus crímenes, su endiosamiento.
Pero allí, bajo el reinante socialismo capitalista, incluso algunas de sus víctimas siguen rindiéndole culto. Porque creen que este terrorífico ser, este Tamerlán de etnia Han, sacó de la humillación secular a China para volverla a reconstruir como imperio.
Maravillosa historia y gran análisis. Yo viajé a China y saque esa impresión. Enhorabuena por contar tan bien y en tan poco espacio lo que ocurre en China.
Publicado por: Andréu | domingo, 24 septiembre 2006 en 02:37