Imitando las más desafortunadas decisiones de numerosos nacionalistas catalanes y vascos, los padres de 800 niños gallegos los sumergirán en escuelas sólo en el idioma autóctono, castigándolos a sufrir graves problemas de adaptación al salir de su pequeño mundo.
El excesivo patriotismo de esos padres logrará adultos que seguramente renegarán del idioma familiar, y quizás de quien se lo impuso.
Porque está bien conservar una lengua minoritaria en este mundo crecientemente globalizado, pero no ahogar otras mayoritarias, especialmente la castellana.
Además, en el caso del gallego es falsa la afirmación nacionalista de que el mercado para esos niños se amplia a Portugal y sus excolonias, incluyendo Brasil.
Deberían reconocer que portugueses, brasileños y demás lusohablantes estudian castellano, y están más cómodos con ese idioma que con el actual gallego. Como viceversa. En la televisión gallega los futbolistas brasileños chapurrean castellano, que para los gallegos es más inteligible que su portugués.
Los países más avanzados de Europa han establecido sistemas de educación bilingües y trilingües: se enseñan algunas materias en el idioma regional, si existe, y el resto en el nacional y en inglés. Un tercio en cada lengua, aproximadamente.
¿Qué futuro les espera en el mundo sin fronteras a esos niños gallegos, entre 2,8 millones de gallegohablantes, nacidos en una parcelilla de 29.580 kilómetros cuadrados?.
Además: millón y medio de gallegos viven ya fuera de su tierra, muchos, ejerciendo trabajos de baja cualificación por su incultura en otras lenguas.
Los empresarios españoles, incluyendo los gallegos, necesitan trabajadores políglotas, de todas las especialidades y categorías. Así las cosas, esos puestos los ocuparán los extranjeros, inmigrantes plurilingües.
Por eso, los padres conscientes deberían gritar ¡No con mis hijos! ante estos reaccionarios experimentos catalanes, gallegos y vascos de ingeniería socialnacionalista, o viceversa.
Mi padre tuvo la oportunidad de hacer sus primeras letras en castelán ademais do galego natal, allá en Pontevedra. Después se lo tragó la guerra, a temprana edad, pero a pesar de ello pudo recuperar su tiempo y su educación antes de llegar Buenos Aires.
Supo enseñarnos las bondades de una muy buena educación, basada en la lectura y el aprendizaje constantes, y recordamos de él tanto su formal y correcto castellano, como el arrullo do seu galego a la hora de las memorables anécdotas y los modismos porteños que adoptó sin condicionamientos.
Tal vez un adelantado en su época, Manuel, pero para nosotros -sus hijos- su anhelo de superación fue el mejor legado.
Publicado por: Hang Tucker | sábado, 02 septiembre 2006 en 05:45