Jacques Chirac le hablaba lentamente en francés a Rodríguez Zapatero hace unos días explicándole que Hizbulá no sería un peligro para los soldados europeos durante unos cuatro meses, pero que luego sus terroristas se habrían rearmado, e iban a poner en riesgo a las tropas francesas y españolas enviadas al Líbano.
Una cámara indiscreta grabó la imagen y el sonido de Chirac hablándole paternalmente al RZ. Pero también a una mujer desenfocada que iba traduciendo al español pausadamente, pero con una inflexión sumamente maternal.
Así son los intérpretes: adoptan el tono de quien habla, traducen las palabras a otra lengua, y RZ en este caso oía a un papá al que no entendía, por un lado, y a una mamá que le hablaba dulcemente, como si fuera su mamá, por otro.
Muchos jefes de gobierno hablan distintos idiomas, pero en las reuniones formales demandan el servicio de traducción porque es más fiable y da tiempo para pensar mejor las respuestas.
Cuántos secretos conocen los intérpretes: en una ocasión el Che Guevara quiso conquistar a una bella rusa y usó para ello a una intérprete, también rusa. Quienes iban a amarse se decían palabras de deseo en sus respectivos idiomas y la intérprete traducía. Y era tan cálida y auténtica la interpretación que el Che abandonó el interés por su amada y se lanzó sobre la intérprete. Pero fue rechazado, porque casi ninguno de estos profesionales intima con quienes necesitan su trabajo.
Por los intérpretes pasan los mayores secretos de estado, las negociaciones más enjundiosas, las paces y las guerras, pero poco se sabe de ellos. Su discreción y silencio son legendarios. Son papás o mamás de señores como RZ, y no se dan importancia alguna. Si contaran lo que saben…
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Como hace en algunas ocasiones, mi amigo Arthur Pauling me ha autorizado a divulgar en este blog lo que ha escrito para diarios de distintos países sobre Oriana Fallaci tras su fallecimiento en Florencia.
Este es el trabajo:
ORIANA FALLACI, ATEA CRISTIANA
Arthur Pauling
Acaba de morir Oriana Falacci, la periodista más admirable del siglo XX, una italiana dura y valiente que se presentaba como atea cristiana, paradoja desconcertante para los propios cristianos y también para los ateos.
Parece una incongruencia no creer en Dios y proclamarse cristiana, es decir, creyente en lo que Cristo representó para el mundo, aunque no en su deidad ni en ninguna otra, y sin embargo, no hay contradicción alguna: desde una vertiente atea y culta,
Oriana admiraba a Cristo como el hombre que fue capaz de iniciar la civilización más brillante, creativa, humanista y humanitaria, libre y honesta de la historia de este planeta.
No es sólo el avance de su doctrina original más o menos deformada, unida a una base judaica y a las culturas griega y romana, sino que con todas sus objeciones fue el motor creador de la gran civilización que abarca las Catacumbas, el Románico, los manuscritos de las abadías. las Catedrales, el Renacimiento, la imprenta, la Reforma protestante y la Ilustración, el gran triunfo de la Razón.
Y desde esas Luces y el racionalismo, la Revolución Americana, cultivado preludio de la Francesa, la creación de los Derechos del Hombre, del mundo industrial y del postindustrial.
Ëtica y estética que, con todos sus errores y crueldades, incluidas la Inquisición y las guerras religiosas, fueron reduciendo la barbarie, y forjaron e incorporaron formas nuevas y cada vez más libres de acercar el hombre a su plenitud.
Por eso alguien como Fallaci podía ser atea y, sin embargo, cristiana en el sentido de estar firmemente apegada a esta cultura iniciada con Cristo.
Y por eso también Oriana Fallaci gritaba contra el antijudaísmo creciente de nuevo en Europa –Cristo era judío--, gravísima enfermedad crónica reavivada por nazis e izquierdistas exsovietizantes, junto al extremo odio musulmán simbolizado y sintetizado en este momento por el presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, con su negación del Holocausto y su decisión de destruir Israel.
Nunca tuvo Oriana temor a las consecuencias de lo que escribía: entrevistó, descarnó y trituró a Kissinger, Jomeni, Fidel, Pinochet, Gaddafi, Van Thieu, al tenebroso jefe de la CIA William Colby, a Arafat y a tantos personajes similares. Su “Entrevista con la Historia” es un documento fundamental para entender el siglo.
Siempre honesta, sus últimas obras, fuertemente marcadas por el 11 de septiembre de 2001, se han centrado en la defensa Occidente y, especialmente, de Europa y su esencia cristiana frente a lo que llamó Eurabia.
Eurabia es el continente europeo arrodillado frente a la influencia islámica, dejándose conquistar y abandonando sus esencias. Descristianizada Europa por olvidar sus orígenes, Oriana decía que caerá esclava de la religión más oscurantista, terrible y violenta de la Historia, el islam, empeñada en una sangrienta yihad que está acobardando a los occidentales.
Fallaci habría observado hoy como una ratificación de sus ideas la repercusión en el mundo islámico de las palabras respetuosas, pero de advertencia, que hizo el Papa Benedicto XVI sobre la violencia de los extremistas islámicos en la interpretación de la yihad.
Precisamente, le afeaba a Juan Pablo II que no hubiera tenido en los últimos años palabras de condena para ese concepto de guerra santa, cuya aplicación, además de asustar a los occidentales, acelera la transformación de Europa en Eurabia.
El recordatorio de la violencia religiosa hecho por el actual Papa, que hace poco le concedió una audiencia privada a Oriana, está levantando masas de violentos islamistas contra un occidente cuya conquista quieren acelerar.
Desde donde esté ahora, ella podría recordar con su vehemencia: “Ya os lo había dicho, imbéciles, os lo había anunciado paso por paso, malditos estúpidos”.
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Y para dar la razón a la Fallaci y al Papa, los musulmanes hacen gala de su evangelización asesinando a una hermana y quemando iglesias.
La pregunta de hace 700 años se repite: ¿qué ha aportado el Islam? violencia y sangre
Publicado por: Frank | lunes, 18 septiembre 2006 en 12:18