El legionario hispanoperuano Jorge Arnaldo Hernández Seminario, muerto por una mina anticarro en Afganistán, fue condecorado no por un acto de guerra por el que le correspondía la Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo, sino con el distintivo amarillo, destinado a no combatientes.
“Murió en atentado terrorista” explicó José Antonio Alonso, ministro de Defensa. El Gobierno pretende hacer creer que las tropas españolas que están en una guerra en Afganistán se enfrentan al terrorismo y, paradójicamente, quiere “alcanzar la paz” con ETA como si hubiera una guerra entre terroristas y Estado.
“La diferencia entre guerra y terrorismo es borrosa”, dicen. Pero el caso español es transparente: contra el terrorismo etarra luchan las fuerzas policiales, incluyendo la Guardia Civil, y en una guerra, como la de Afganistán, combaten los militares.
La legislación y los códigos que se aplican son distintos: al terrorista se le detiene para llevarlo ante los jueces; en la guerra, se mata al enemigo y, en el mejor de los casos, se le hace prisionero y se le aplica la Convención de Ginebra.
Engañar sobre el papel español en Afganistán, no surge con este Gobierno, sino que se inició con Aznar, que envió las primeras tropas sin atreverse a reconocer que iban a combatir, si era necesario.
Alegó razones humanitarias, pero nada hay más falso, aunque algunas acciones de ayuda a la población sean consecuencia de la presencia militar española allí.
Los soldados acudieron, simplemente, para evitar que volvieran al poder los talibanes, locos religiosos protectores del terrorismo islámico que ocultan a Bin Laden y matan a las mujeres que quieren o saben leer.
Afganistán era la gran base del islamismo jihadista, y allí deben estar tropas occidentales para combatirlo y proteger nuestra civilización: eso es todo.
Ni más ni menos que eso: es cuestión de supervivencia.
Publicado por: Frank | lunes, 17 julio 2006 en 11:40