Con esa facilidad que tiene el inglés para aunar palabras y conceptos, se ha puesto de moda en EE.UU. el término philantrhocapitalism, o capitalismo filantrópico, que define perfectamente la labor de Bill Gates y su amigo Warren Buffet, que han sumado 50.000 millones de dólares para luchar contra la malaria, el sida y el hambre en África.
La mujer de Gates, Melinda, de profunda fe cristiana, prefiere que los consideren unos “buenos samaritanos”, pero si acudimos al análisis que hizo Julio Camba hace casi un siglo sobre los multimillonarios estadounidenses sabremos que los philantrhocapitalists lo son porque no les queda otro remedio.
En “Un año en el Otro Mundo”, Nueva York, Camba observó a un inmigrante escocés que pasó de ganar diez dólares diarios a ser el hombre más rico del planeta. Al morir, en 1919, Andrew Carnegie tenía una fundación humanitaria que repartía miles de millones de dólares.
Camba, que también observó a Kellogg y a John Rockefeller, planteó un razonamiento nada pueril:
Un multimillonario puede tener cuatro, seis y hasta nueve casas. Pero la décima ya es una molestia. Puede tener cuatro o cinco yates, pero cincuenta son un engorro.
Miremos a los Gates: les entran ingentes cantidades de dinero que no sabe cómo gastar. ¿Otro avión más si ya tengo varios maravillosos?. ¿Cinco mil Rolls Royce?.
Es entonces cuando esta gente descubre que puede ser bondadosa, que la riqueza puede ser verdaderamente benéfica. Y crea una fundación filantrópica.
Y es así como los Gates y Buffet quizás consigan lo que ningún país, régimen u organización internacional pensaban lograr: vencer al sida o a la menos de moda malaria, enfermedad que mata anualmente a tres millones de personas, mayoritariamente niños.
¡Quién pudiera ejercer de philantrhocapitalists!
Envidia cochina es lo que le tengo al Bill Gates.
Publicado por: Frank | martes, 01 agosto 2006 en 20:14