Poca gente sabía que el recién fallecido escultor de las gigantescas figuras del Valle de los Caídos, Juan de Ávalos, era un antiguo militante socialista extremeño.
Militancia que se trataba de ocultar, como también se desea esconder que, como Ávalos, numerosos republicanos y nacionalistas regionales supervivientes de la guerra y de los primeros años de la posguerra colaboraron con el régimen del Generalísimo.
Incluso hijos de fusilados, como el padre del actual presidente del Gobierno, juraron su adhesión al franquismo, como exigían los Colegios de abogados hasta el pacífico fallecimiento del dictador en la cama de un hospital.
Si los muertos en combate, sumados a los exiliados y a los asesinados en la posguerra fueron uno de cada treinta españoles, de los 29 supervivientes casi ninguno se levantó contra el dictador, cuando 14,5, al menos la mitad, deberían serle hostiles.
Posiblemente porque enemigos y adictos quedaron tan asustados tras aquella guerra de dos fuerzas dominantes, una de derechas y de fascistas, y otra de izquierdistas utópicos y de violentos revolucionarios, que cuando todo acabó quedó castrada su histórica rebeldía, quizás para siempre.
Así fue como ayudaron al franquismo Ávalos, Rodríguez padre, que además se casó con la hija de un franquista, y millones de ciudadanos que nunca levantaron la voz contra el dictador y que vivían cómodamente contribuyendo a la supervivencia de su sistema.
Las monumentales esculturas en el Valle de los Caídos expresan ese paradigma colaboracionista con el que Ávalos convenció a Franco de que el monumento se dedicara no solamente a los vencedores, sino también a los vencidos.
Pero ocurre que todos resultaron vencidos, como se ve en el lamentable monumento a la castración de los españoles actuales, humillados y caídos ante quien les prometa paz, aunque sea indigna.
Uno de los grandes defectos de la humanidad es la incultura, pero aún es peor cuando se conoce la historia y se la pretende modificar, entonces se llega al absurdo.
Quizá por eso, a veces, nuestro actual presidente parece absurdo porque debe saber pero quiere modificar a posteriori la historia, algo que ya es imposible por más medios que le apoyen y mucho que se empeñe.
Convencerá a unos cuantos pero, al final, la historia tambien a él lo pondrá en el sitio que se merece. En lo absurdo.
Publicado por: UN DESCONFIADO | martes, 11 julio 2006 en 10:36