ETA le llamó “El Proceso” a las negociaciones para su supuesto abandono de las armas, definición que recuerda la obra kafkiana titulada así, y que finalizaría con los terroristas exigiendo que se suiciden los españoles o, quizás, asesinándolos.
Reléase “El Proceso”, de Kafka, alegoría aplicable al Gobierno cuando aceptó ser sometido a ese sumario útil para convencer a la ciudadanía de que los terroristas buscan la paz. Falsa paz, porque las víctimas de ETA nunca estuvieron en guerra.
“El Proceso”, publicado en 1925, es desconcertante, y el terrorista que propuso esa enunciación para las negociaciones muestra espíritu kafkiano al presentar como gesto de paz que su banda se refuerce y rearme.
Ese terrorista vio a los ciudadanos como si fueran Josef, el oficinista que un día se encuentra acusado de cometer un delito inexplicado y misterioso, como el de los españoles atacados por la espantosa iniquidad de ETA.
Tratando de descubrir algo, Josef investiga sobre quienes forman el tribunal que lo ha procesado, y como resultado azotan a dos vigilantes jurados del banco donde trabajaba. Otro misterio: el por qué esa paliza a gente sin relación directa, solo circunstancial, con Josef.
Un tío suyo contrata a un abogado enfermo e incompetente, que no hace nada, pero cobra, y el propio Josef busca la ayuda de seres raros, entre ellos un sacerdote. ¡Siempre hay kafkianos sacerdotes, en esto de las mediaciones procesales!
Una noche, dos guardias van a buscar a Josef a su casa. Lo llevan al campo, donde lo desnudan y le entregan un cuchillo para que se suicide. Pero él se niega y ellos lo matan.
Ese es el final: suicidio o asesinato. Permite mil interpretaciones, y usted puede elegir la que desee para “El Proceso” de paz actual.
Pues mi interpretación es que siempre hay que matar a la víctima para que no incordie cuando se han dado cuenta de su error de haber tomado a la víctima por el verdugo.
Ya sé que es una visión simplista pero es que no doy para más.
Publicado por: Frank | domingo, 18 junio 2006 en 12:05