La civilización china es aún hoy una mezcla de misteriosa sofisticación y barbarie milenaria, por lo que nadie debería extrañarse de que durante el maoísmo hirvieran niños para convertirlos en abono, como recordó Silvio Berlusconi en uno de sus momentos de provocativa locuacidad.
El primer ministro italiano quería reprocharle a la oposición comunista su apoyo al régimen maoísta que, hasta la desaparición del Gran Timonel en 1976, provocó entre diez y veinte millones de muertos por represión y hambrunas, consecuencia del Gran Salto Adelante y de la Revolución Cultural. Hay quien jura que cuarenta millones.
Pero el hábito de hervir cadáveres infantiles para que sirvieran de abono no es comunista, sino milenario. Era común en las áreas más pobres, donde se ahogaba al exceso de niñas recién nacidas porque de mayores tendrían menos energías que los varones para trabajar el campo.
Los cuerpos de las ahogadas o de los niños de cualquier sexo fallecidos al nacer por accidentes o enfermedades, servían para mejorar las cosechas: porque un país que sufría hambrunas constantes tenía que inventarse mil maneras para conseguir cereales.
Y la de usar cuerpos cuyos espíritus no fueran aún, como los de los antepasados, objeto de culto, era una forma de enriquecer la tierra.
Claro que cuando nació ese hábito en China, en algunas partes de Europa, recuérdese especialmente Rusia, todavía había canibalismo.
Para evitar ser antropófagos, los chinos aprovechan todo. Por eso su cocina es tan imaginativa. Capaz de hacer exquisito, como se dice hoy, todo lo que vuela, menos el avión, lo que corre, menos el tren, y lo que nada, menos el submarino.
Y quienes conozcan la China interior recordarán el olor dominante de las heces humanas, comunal y cuidadosamente recolectadas, también, como fertilizantes.
ahora nada me sorprende,quien sabe que el canibalismo se haga tan comun como matar.yaqcomo seres humanos somoslo mas despreciable q ue ahi
Publicado por: ronald | martes, 16 septiembre 2008 en 20:09