Hay sindicatos que todavía desconocen como actúa la globalización: miran el puchero y como ven que en lugar de un kilo de carne, como antes, sólo hay medio kilo, hacen huelgas y boicotean la fábrica de la que comen, aunque sea mal.
Podrían recordar La Vida es Sueño, de Calderón, cuando Segismundo evoca al sabio pobre que se lamentaba por tener que ingerir yerbas hasta que vio a otros sabios recogiendo las que él desechaba.
Es lo que está ocurriendo con los 4.200 empleados de Volkswagen en Landaben, Navarra, que exigen recibir la misma cantidad de carne que antes.
Tienen razón. Pero sus protestas sólo han logrado que, en principio, un tercio de la producción de sus coches se vaya a Bratislava, capital de Eslovaquia, un país en el que a igual trabajo se paga la mitad del salario español.
Atentos a Eslovaquia: cinco veces más grande que Navarra, diez veces más pequeña que España, con unos seis millones de habitantes bien cualificados, está en zona de influencia germana, esa que siempre fue deseada por sus imperialistas. Nada que ver con los lejanos y, a veces, agrestes españoles, que atrajeron la fábrica cuando eran los eslovacos de entonces.
Tras Eslovaquia podíamos pensar en China, donde la renta per capita es la cuarta parte de la española, o en Vietnam, que es la octava parte.
Los directivos de VW seguramente desean que sigan las huelgas de Landaben: les hacen el favor de librarles de todo cargo de conciencia. Llevarán su riqueza a las factorías con mano de obra más barata. Así son la mundialización y la deslocalización.
Los trabajadores de VW en Navarra deben preguntarse cuándo pasarán de la poca carne actual a las berzas, y cuándo la globalización no les dará ni berzas.
Por esa regla de tres, deberíamos comprar un VW a precio de berza y no de carne. Un placer saludarle señor Molares.
Publicado por: Alberto Viadas | sábado, 15 abril 2006 en 10:01