Españolista es un término que para muchos habitantes de las comunidades históricas es sinónimo de fascista, intolerante y, seguramente, golpista.
Sin embargo, desde la Constitución de Cádiz de 1812 y hasta la Guerra Civil 1936-1939 el españolismo era una característica del liberalismo.
Porque defendía la igualdad entre los ciudadanos, oponiéndose a las fuerzas caciquiles, al agrarismo semifeudal y al clericalismo que crearon, amparados en el romanticismo, los nacionalismos egocéntricos.
Franco absorbió ese antiliberalismo aldeano y lo amplió a toda España, y a ese aldeanismo gigantesco le aplicó, usurpándolo, el nombre de españolismo.
Sin embargo, el españolismo no es aquella obsesión franquista por la unidad territorial, ni el patrioterismo irreflexivo, ni el españoleo castizo de sol, moscas y toros.
El españolismo cultiva y protege las lenguas históricas. Pero además es un utilitarismo consciente de que hay un idioma común que permite que 44 millones de personas se establezcan, cooperen y triunfen en el medio millón de kilómetros cuadrados que tiene la nación llamada España.
Es disponer de ese vehículo común para que todo ciudadano goce de oportunidades similares, sin aduanas ideológicas ni lingüísticas: es el verdadero progresismo, igualitario, sin barreras.
Españolismo es lo que permite hablar los idiomas autonómicos españoles, pero también vivir, estudiar o trabajar en castellano, y por igual, en Santiago, San Sebastián, Tarragona, Madrid, Sevilla, Valencia o Tenerife.
Y como con un franquismo al revés, el separatismo cultural creciente en algunas regiones, estimulado por el vacío ideológico del actual Gobierno, ha azuzado al aldeanismo de los nacionalismos más insolidarios y al nuevo progrefascismo para que denuncien como antidemocrático el españolismo.
Ponerle barreras a la españolidad, presentándola malintencionadamente como el españoleo franquista, solo pretende ocultar el egoísmo de lo mío es mío, y lo tuyo, también es mío, como ha impuesto el nuevo y exclusivista Estatut de Catalunya.
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Estoy de acuerdo con Manuel Molares y con el comentario de Juan Re. Coinciden con el criterio cosmopolita. Quizás Molarres tendría que haber dicho que la unidad territorial es una consecuencia de lo que plantea en el artículo. Por egoísmo, todos tratamos de estar juntos, no de separarnos. Quienes amenazan con la separación es porque esperan obtener ventajas negociando su permanencia en la gran casa común. Auera hace mucho frío y en cuanto vean el peligro de que los echemos volverán como corderillos asustados
Publicado por: Juan Anselmo Scotch | domingo, 02 abril 2006 en 21:51